Las flatulencias del presidente, por Cristina Fallarás
Las certezas, como las pasiones, se cimientan con palabras. Cualquier ser humano que habite hoy en España podría afirmar: “La crisis es mala”. Cualquier ser humano que habite hoy en España y tenga menos de ocho años. A partir de entonces, pongamos a los doce, a los 26 o a los 70, el pensamiento humano se caracteriza por elaboraciones algo más complejas, aunque sean del tipo “mecagon la puta crisis”.
Somos palabras. Las palabras nos elevan, nos relatan, nos ensanchan, nos descubren, edifican nuestra memoria y, sobre todo, nos retratan.
Recuerdo perfectamente el momento reciente en el que, todavía en la cama, remoloneando entre las noticias matinales, lo oí. “La crisis es mala”. Como a quien se le cae un pedo. Peor, como quien se lo tira en público. “La crisis es mala”, soltó el tipo y se quedó tan pancho. Me hice daño en el índice de la mano derecha con el manotazo que le solté a la radio. Sentí una rabia más bien vespertina, salté de la cama, y le di una patada al aparato. La muy tosca sentencia, la flatulencia de “La crisis es mala” procedía de la lucidez del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy Brey. Y el muy Brey no solo la había pensado, oh, sino que osaba enunciarla en público. “La crisis es mala”. Mi mamá me ama. Mi mamá me mima. Yo amo a mi mamá.
Y dirá usted que hay que estar ya un poco perturbada de antes para ponerse así por un nuevo garbanzo en el cocidito madrileño que es la inteligencia de quienes nos gobiernan, más exactamente del (snif) más destacado entre ellos. Pues sí señor, acierta usted en lo de que vengo taradita ya de serie. Sin embargo, el nivel de cortedad, el nivel de estulticia que ha alcanzado el discurso de estas gentes nos hace peores, se contagia, nos ensucia y empobrece, agrede, humilla, destruye lo levantado. El pensamiento del presidente del Gobierno y su empeño en hacerlo público nos agarbanza. Esto es así, y mi equilibrio mental no tiene nada que ver.
Traigo esto a colación porque ayer el líder –y colijo que por tanto (buaaa) el más brillante– del partido que Gobierna España dejó caer otro dos garbanzos: “El deporte es bueno para quien lo hace y para quien no” (aquí); y, lo juro, “La cerámica de Talavera no es una cosa menor, o dicho de otra manera, es una cosa mayor” (aquí). Ah, el golpe de lucidez que uno experimenta ante tal revelación, sí, sí, ¡sí!, esa clásica fascinación que provoca recibir, escuchar o leer una idea brillante, impensada, expresada con el nombre exacto de las cosas, sentir cómo palpita en las palabras la cosa misma, que diría el poeta.
Somos palabras. Las palabras nos elevan, nos relatan, nos ensanchan, nos descubren, edifican nuestra memoria y, sobre todo, nos retratan. Así que me permito añadir lo que sigue al retrato de quien nos gobierna, por si alguien tenía la vana esperanza de que, estando en época de propuestas políticas, se les escapara una idea:
“Sabemos lo que tenemos que hacer, lo tenemos muy claro y lo vamos a hacer” (aquí).
“Me gustan los catalanes porque hacen cosas” (aquí).
“Cuanto más sepáis de todo, mejor. Por saber muchísimo no os va a pasar nada malo, luego ya veremos”. “Si uno es ingeniero o futbolista, se le abren todas las puertas del mundo” (aquí).
«A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión y eso es también una decisión» (aquí).