No, no somos los más pobres, por Cristina Fallarás
Lo peor de que te corten el agua no está en el grifo sino en el retrete. Lo peor de que te corten la luz no está en la vista, sino en el frío. En enero, a las cinco y media de la tarde, es ya de noche en España y el frío empieza a tener esos filos que a las tres de la mañana cortan los pies. En el caso de que te hayan cortado la luz, tienes que llenar de velas el lugar donde tus hijos hacen los deberes, y ese sitio suele ser la cama de matrimonio.
Lo peor de que te corten la luz es que a las cinco y media de la tarde oscura tienes que meterte con tus hijos y los libros de matemáticas y los cuadernos de inglés y los estuches debajo del edredón, sembrando maderitas de sacapuntas.
Ocho años tenía entonces mi hijo mayor. Las llamas de las velas dibujaban fantasías alemanas contra la pared del dormitorio y me provocaban un miedo calcinante. Apartaba de mi cabeza la narración de un Aparecen carbonizados blablablá cuando el chaval levantó la cabeza del cuaderno. Escribía sobre la almohada, lo que daba a números y letras un trazo temblón, como un dibujo. Mamá, ¿podría ser que nosotros seamos los más pobres del colegio… o de muchos más sitios?, me preguntó. Sin enfrentar sus ojos, qué barbaridad sus ojos, le contesté: Esta noche empezaremos a leer ‘Oliver Twist’.
Para eso sirve la Literatura.
Ya lo he contado alguna vez. Para eso la Cultura.