Añoranza excéntrica, por Cristina Fallarás
Todo es tan correcto desde hace muchísimo tiempo que no recuerdo el último payaso, el último genio, la última exquisita.
Seamos vulgares, piensa y escribe y convierte en tendencia —oh, tendencia, que me quede como estoy— la novelista. Seamos pueblo, humilde guijarro, declama el dramaturgo sosteniendo su tacita de té blanco con su manita de blanca porcelana, no divina porcelana, sino blanca por lavada.
Mira el niño hacia la muchedumbre y confunde la artista con la política del ramo municipal, confunde al creador con el dependiente de la tienda de todo por menos de tres euros y te regalo un llavero. Mira el niño e ignora que ya no emite el novelista gruñidos ni descuida su caspa el compositor ni se toca el poeta en pleno agosto con sombreros de fieltro ni afila sus patillas, sus larguísimas patillas, con polen amapólico el escultor de glándulas mamarias.
No verá el niño excesos, ni abcesos, ni retrocesos, ni siquiera sucesos en los restos de lo cultural. Si acaso una concienzuda, respetable y sensata dedicación a la obra propia, correcta, sensata y respetablemente concienzuda, oh sí.
Y qué bien, dirán unos.
Y qué más da, añado yo.
(La fotografía, obra de John Ryan Brubaker, publicada bajo licencia Creative Commons).