Soy palabras, por Cristina Fallarás
Me siento ante el auditorio joven. ¿Para qué sirve escribir?, me pregunta una muchacha.
Comprendo lo que veo porque lo enuncio. Soy palabras. El día que quise matar a mi hijita escribí su nombre con la sangre de mis yemas en la pared de un hospital. Y junto al suyo, el mío. Después, arranqué esas cinco baldosas y las lancé al río Ebro. Palabras, mis armas arrojadizas.
Sé murmurar la palabra deseo tras ponerla en almíbar y con ella prenderte la punta. En un jadeo ronco emites el ¡Basta! que separa por fin el daño del borde de tu herida.
Aquel hombre que sufrió tortura, aquel en cuya carne descargaron bestialidad, dardos, electricidad y varas, aquel cuya víscera fue penetrada con filo, necesitó enunciarlo, hablarlo o escribirlo, para empezar a caminar lentamente sobre el horror aún incomprensible.
Me siento ante el auditorio joven de una ciudad del norte. ¿Para qué sirve escribir?, me pregunta una muchacha. Ha nevado y en las aceras se hielan los montículos marrones. ¿De verdad cree que sirve para algo? E insiste: ¿De qué sirve leer?
Lo siento, pero no le respondo.
(La fotografía es obra de Paul Kelly, bajo licencia Creative Commons).