La Cultura en pelotas, por Cristina Fallarás
Detesto los deportes, cualquier deporte. Ponga usted por ejemplo una pelota de tenis junto a un ejemplar de cualquier Italo Calvino. Siente a Serena Williams en la misma mesa que Joyce Carol Oates. Son dos idioteces. La razón de ser de la pelota y la tenista circula por una vía paralela y lejanísima a la de los dos autores. Ejercicio cretino.
Al grano. Entre 2000 y 2004, y después de 2011 hasta hoy mismo, los asuntos de la Cultura no tienen ministerio propio en este país. Pero ese no es el problema. En otros tristes años de esta reseca derecha nuestra, del 96 al 2000, tampoco lo tenían, y compartieron cartera con los asuntos de la llamada Educación. Pues vale, aceptamos pulpo. Pero llegó el aznarato absoluto y consideró que dedicar todo un ministerio solo a esos dos asuntos era propio de piojosos —nosotros, o sea—. Así que les superpuso un, cómo decirlo, un negociado de mayor interés general, o mejor dicho INTERÉS GENERAL. Y sumó el deporte. Sumó el deporte considerando, con tino sin duda riguroso, que las cosas de la competición y el cirquerío concernían a mayor y mejor dispuesto número de ciudadanos.
Ponga una motocicleta de gran cilindrada toda vestidita de Repsol en medio de los chinos esos, qué jodíos los chinos, del escultor Juan Muñoz.
Y así lleva la Cultura nada menos que ocho años de este inicio de siglo, compartiendo mesa y presupuesto con el deporte, más, el Deporte. ¿Por qué? Por lo nuestro. Porque nosotros somos gentes de estilo interior —ahí me apartan al clan Bardem y a Willy Toledo—. Gentes muy de sufrir en silencio el IVA anal. El hambre pertinaz de los cómicos, el conocido frío con bufanda del poeta, ese tipo de cosas, el músico y la actriz que morirán de pura tradición en la indigencia.
El mismo lerdo al que se le ocurrió juntar deportes y Cultura, alberga el secreto proyecto de un rally por las pinacotecas de la capital, llámalo París-Dakar revisitado.
Así que no nos extrañemos cuando un día, después de haber permitido que esa panda de mostrencos invierta nuestros restos en banderas olímpicas, decidan que para qué cuarto y mitad de ministerio, que con una secretaría general, eso de la Cultura tiene para darse con un canto en los dientes. Porque ya sabe Santa María del Mercado que si este piojerío no hace taquilla para sobrevivir, será que no lo merecía.
Detesto los deportes, cualquier deporte. Me irrita la cretinez de mezclarlo con la creación, el arte, la representación, el pensamiento. Mucho me temo que el siguiente paso es, claro, separarlos. Relegar la Cultura y dejar que de una vez por todas se imponga el interés general.
(La fotografía es la obra Plaza (Madrid), de Juan Muñoz, en la colección del MNCARS).