Presentación con hostia, por Cristina Fallarás

Yo era niña en los años de misa los jueves en el colegio. Cada vez que digo la palabra FRANCO, alguien me lanza una hostia contra el labio del que mana su F (consonante fricativa labiodental sorda). Esto va de hostias, claro. Yo acudía a las catequesis de mi Primera Comunión con Franco vivo y sé que si tú dices FRANCO en cualquier plaza española pongamos un jueves, corres el riesgo de que te llueva una hostia. Por nada relacionado con asuntos políticos o históricos; más bien por razones estéticas ligadas a la primorosa decoración de nuestra (pos/retro/peri) modernidad.

Al grano, que yo era niña en los años de misa y cada vez que me invitan a la presentación de un libro, oigo con claridad las tres guitarritas de eucaristía escolar entonando el Alabaréalabaréalabaréalabaré. La misa era un coñazo del calibre Presentación de la última novela de Fulano, intervendrán Mengano, Zutano y el autor, editor y palabritas de recibimiento. Eucaristía y Presentación: pesan una hora larga, exigen reverencia, se sufren en un silencio atento, el alma ruega que terminen, tienden a eternizarse.

Solo que en la Presentación falta la hostia.

Señores editores, escritores, jefeprenseros, comerciales, libreros y amigos abnegados: Propongo que consideren llegado el momento de la hostia. Y créanme que sé de lo que hablo. Se sobrevivió a la misa de cuando no había más lentejas que tragarla, a la misa de cuando Franco (¡ZAS!), gracias a que al final debías identificarte y te daban la hostia. O sea suspense, o sea tensión, o sea desenlace, o sea relato. O sea, que evitabas la muerte súbita porque sabías que acabaría llegando el momento de levantarte, ponerte en movimiento —ergo identificarte frente/ante el grupo— y desfilar con un propósito bestial, esencial que viene de esencia, transcendente: tu periódico ejercicio de exhibicionismo, tu escatológica muestra pública de intimidad.

La hostia.

Señores de los libros: Los tiempos, quién lo iba a decir, han cambiado, y conste que lo que sigue no responde a una nostalgia porno-católica. Les invito a que consideren la posibilidad de incorporar la hostia a las presentaciones de sus libros. Ya que los abnegados seguimos acudiendo cual niñas Sacré Coeur, échenle una mano a nuestra supervivencia. O al menos pónganles tres guitarricas.

 

(La fotografía es de la Secretaría de Cultura de Ciudad de México, bajo licencia Creative Commons).