Domingo por la tarde, por Juan Bautista Durán
Ignacio escribe en el ordenador de Bea en la tarde del domingo veintidós de diciembre, horas después de que dieran el sorteo de la Lotería Nacional, con la misma suerte de todos los años, esquiva y cercana al mismo tiempo, por aquello de que el premio lejano de este año les llevará el próximo a creer que ésa es la suya, su oportunidad, si Dios quiere, si no considera que a lo largo del año ya les ha concedido demasiados alegrías como para cerrar el año con un gordo que lo mismo ni les cabe en casa, allí donde ahora está Ignacio, sentado frente al ordenador, preguntándose dónde se habrá metido ella después de recoger la ropa en la azotea, hace veinte minutos, ya vuelvo, dijo, y tres minutos más tarde estaba de vuelta, para salir de nuevo hacia vaya uno a saber dónde, a devolver la película que vieron anoche, quizá, pero la película sigue en la entrada; a ver a la portera, pero al ser domingo la portera hoy no está; al badulaque de la esquina a comprar algo para la cena, una posibilidad que de pronto Ignacio considera razonable en vista de que las otras no le cuadran, conociendo a Bea y teniendo en cuenta el grito que pegó al bajar de la azotea con la ropa seca, casi de película, un grito que a Ignacio lo asustó, quejándose del frío y de que oscurezca tan rápido en invierno, cuando apenas son las seis y media de la tarde y parece que sea ya noche cerrada, un sinsentido del que a menudo hablan sin llegar nunca a una conclusión certera, nada más que al subjetivo preferir de cada uno, ella el horario veraniego y él el invernal, porque sí, porque a Ignacio le gusta recluirse pronto en casa sin que nadie le toque las narices, ya bastante ajetreo tiene durante el día, y que si vamos a tomar algo aquí o allá, que si vamos a hacer esto o lo otro…, no, nada de eso, ya oscureció y la oscuridad, siendo una circunstancia en sí misma, le permite estirar las horas de trabajo hasta la cena y algo más, a diferencia del horario de verano, cuando la oscuridad le marca la hora de parar y dejar ya de pensar en el trabajo, de prestar atención a las cosas de la casa y a las personas que lo rodean, Bea por ejemplo, aún fuera, sin la película pero con el eco de la película, una de ésas que a ella le gustan, de chicas jóvenes y guapas que se encuentran y desencuentran con chicos también jóvenes y guapos y vuelven difícil lo que en apariencia no lo es tanto, pero así es el amor, dice ella, y así será que cada vez son más los minutos que pasan sin tener noticias suyas, sin saber por qué salió ni a dónde fue, pues lo del badulaque, siendo posible, tampoco le cuadra a Ignacio, ya no es una opción viable, ni falta comida en la casa ni ellos suelen cenar los domingos, apenas una pieza de fruta y una infusión, esto es todo, y más aún si a mediodía comieron bien y no hicieron nada más a lo largo del día, al margen de tumbarse, leer, charlar, atender alguna llamada y poner lavadoras, una tarea tan propia de los fines de semana que sólo se enrarece cuando el lunes, el martes o el día que sea, les toca encerrarse en el cuarto de la plancha con montones de ropa arrugada que a lo mejor habrán de ponerse un día de ésos, para el trabajo o para andar por casa, para el despacho de Ignacio, donde por cierto no suele arreglarse demasiado pues está solo y prefiere la comodidad de la ropa vieja, ya hecha al cuerpo y a los gestos propios de cada persona, del vaso y el bolígrafo en su caso, y del libro, el ordenador y el pitillo en el caso de Bea, porque ella fuma, y ésta es, piensa Ignacio, una posibilidad en la que no había caído, la de que haya bajado a la calle por tabaco y esté dando vueltas en busca de un estanco o un badulaque donde vendan el suyo, es decir, de liar, porque se le acabó, esto sí lo recuerda, y Bea muestra cierta inquietud cuando se le acaba el tabaco, la misma de Ignacio cuando tiene encargos que no sabe cómo abordar y dudas que no logra despejar de su mente, como ésta, sin ir más lejos: dónde se habrá metido ella después de tanto rato, y por qué no le dijo nada, dónde estará, tendrá eso algo que ver con la película de anoche…, si es que el amor es una lotería también…, dudas que escribe y escribe en el ordenador de Bea a la espera de que llegue, para que se dé cuenta de lo preocupado que estuvo y del mal trago que pasó en ese rato tan largo que supuestamente le tomó comprarse una bolsa de tabaco de liar.
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