María Yuste reivindica a Carmen Martín Gaite
La protagonista de Vida de provincias (Honolulu Books) sueña con llamarse Stephanie, ser rubia y vivir en California mientras descubre la imagen de Jesucristo entre los pliegues de la cortina del baño. Su única ventana al mundo es mirar la televisión y chatear con un chico del otro lado del Atlántico que masturba a caballos para sacarles el semen y venderlo después.
Como si fueran postales enviadas por el primer Harmony Korine desde un pueblo de la España profunda, María Yuste, su autora, se sumerge con un minimalismo de precisión en el agujero existencial que es ser joven en un mundo asediado por el fundamentalismo cristiano más gore, el aburrimiento generacional y una alienación aplastante.
Nacida en Murcia en 1988, María Yuste estudió Traducción e Interpretación en la Universidad Autónoma de Barcelona, pero confiesa que prefiere escribir sus propios textos a traducirlos. Mis artículos y entrevistas han aparecido en medios como Vice, PlayGround, METAL Magazine o El Estado Mental. Además, ha colaborado con El Butano Popular y coordina Efecto 2000, una antología en línea sobre los años dos mil.
A propósito de la publicación de Vida de provincias le hemos preguntado por un clásico a reivindicar, y nos ha recomendado un libro que tiene mucho que ver con el suyo propio: Entre visillos, de Carmen Martín Gaite.
«El año en que nací le fue concedido a Carmen Martín Gaite el Premio Príncipe de Asturias y el año en que cambiábamos de milenio fallecía la autora, por eso me voy a permitir recomendar como clásico un libro del que apenas pasa medio siglo de su publicación. El día que terminé de leer Entre visillos me sentí triste por tener que despedirme de unos amigos a los que había llegado a querer y entre los que me había sentido comprendida. Creo que es lo máximo a lo que puede aspirar una buena pieza de ficción. Una ficción tan auténtica que es en su realismo donde reside su melancolía. Escrita con una maravillosa precisión cerebral (en contraposición a la fogosidad de la poesía), subterráneamente feminista y con unos cambios de narrador constantes a los que Gaite no solo logra acostumbrarte sino que te hace desearlos para poder meterte en la cabeza de Pablo Klein. El único rayo de esperanza que brilla en el aire enrarecido de una historia en la que, aparentemente, nunca pasa nada más que la asfixia paulatina de unos personajes atrapados en el micromundo de una ciudad de provincias de los años cincuenta. Aunque pasando por alto las idiosincrasias de la época, aún podría ilustrar bien la tantas veces anodina y falta de ilusiones vida de cualquier pueblo. ¡Otro punto más para el clásico!».
(La fotografía de la autora es de Josefina Andrés).