Cosecha del 37, por Sergio del Molino
Como cada mes de enero, la Biblioteca Nacional comparte la lista de los autores de su catálogo que pasan a dominio público. Es decir, aquellos cuyos derechos de autor han vencido porque han transcurrido ochenta años desde su muerte. Se liberan, por tanto, las obras de escritores muertos en 1937. El año pasado les tocó a Valle-Inclán y García Lorca. No hay nombres tan mayúsculos esta vez, pero sí mucha tristeza, porque varias de esas muertes no fueron plácidas despedidas de ancianos, sino asesinatos, fusilamientos y salvajadas propias de una guerra civil.
Son 109 nombres, la inmensa mayoría completamente desconocidos y olvidados, sin reeditar y seguramente sin releer. He rescatado media docena que me han llamado la atención.
Leopoldo García Alas no le sonará a nadie, tan sólo por el parecido del nombre con otro Leopoldo Alas, Clarín, que fue su padre. Como el autor de La Regenta, fue catedrático de Derecho, pero no dejó obra literaria, sólo de su especialidad, aunque también se prodigó en la prensa como articulista político. También compartió con su padre un ideario progresista que le llevó a militar en el Partido Republicano Radical Socialista, del que fue diputado durante la Segunda República. Era una figura muy destacada en los medios académicos, y llegó a ser rector de la Universidad de Oviedo. Al caer la ciudad en manos franquistas, fue fusilado en enero de 1937.
Alexandre Jaume fue un destacado político socialista de Mallorca, muy conocido y querido en la isla, que dejó una obra periodística polémica y abundante. Fue detenido tras el golpe de 1936 y pasó una temporada preso en el castillo de Bellver, donde escribió en catalán unos textos publicados póstumamente (Escrits des de la presó). Fue fusilado en febrero de 1937.
Andreu Nin y Ángel Pestaña tampoco fueron literatos, pero ambos produjeron una obra notable. El segundo, una de las figuras más importantes del anarquismo español, murió por enfermedad en Barcelona en diciembre de 1937, dejando un puñado de libros que fueron leídos y reeditados en las décadas posteriores. Tuvo la suerte de ser uno de los primeros españoles en conocer de primera mano la Revolución Rusa, de la que dejó testimonio en una obra titulada Setenta días en Rusia, dividida en dos partes: Lo que yo vi y Lo que yo pienso. A él se debe un texto titulado Terrorismo en Barcelona, fundamental para conocer las luchas callejeras y pistoleras de principios de siglo entre anarquistas y sindicatos amarillos. Hay cierto acuerdo en considerar a Pestaña una de las mentes más brillantes y lúcidas de la historia de la izquierda española.
La desgraciada vida y muerte de Andreu Nin es mucho más conocida, siquiera porque su desaparición fue motivo de controversia y misterios durante décadas. De hecho, nadie sabe dónde están sus restos ni qué día exacto fue asesinado. Líder y fundador del Partido Obrero de Unificación Marxista, enfrentado al Partido Comunista, fue detenido por agentes soviéticos y detenido en Alcalá de Henares. Los comunistas, al ser interrogados por su desaparición, le acusaron de colaboracionismo con Franco y dijeron que había logrado escapar con ayuda de la Gestapo, para la que trabajaba. La verdad es que fue torturado durante días y asesinado por desollamiento por orden directa de Moscú. Antes de la guerra, Nin escribió un par de libros y se prodigó como articulista. Fue, como Pestaña, uno de los primeros españoles en conocer el paraíso soviético, y tenía una opinión de él tan negativa como la del anarquista. La diferencia es que a él, su opinión le costó la vida.
Lo que me lleva al último nombre que me gustaría destacar: el gallego José Robles, el único escritor verdadero de esta lista. Profesor, traductor y erudito del teatro clásico, era amigo del escritor norteamericano John Dos Passos. Robles era una eminencia políglota que puso su inteligencia al servicio de la República en cuanto estalló la guerra. Sus simpatías eran socialistas, pero detestaba el estalinismo. Por eso tuvo la mala suerte de que le asignaran ser intérprete de uno de los oficiales soviéticos que rondaban por España. Saber ruso fue su condena. Un día, unos tipos se presentaron en su casa y nadie volvió a saber de él. El propio Dos Passos viajó a España y estuvo indagando e interesándose por la suerte de su amigo, pero sólo consiguió que le dijeran que le habían arrestado por ser un “espía fascista”. Por lo demás, a Robles se lo había tragado la tierra.
Aunque no se ha encontrado su cuerpo, está bastante claro que Robles fue torturado y asesinado por agentes soviéticos en Valencia, con la connivencia y complicidad de altos mandatarios de la República. Entre otros, el socialista Álvarez del Vayo, ministro de Estado. Toda esta historia está magistral y dolorosamente contada en un libro fundamental, Enterrar a los muertos, de Ignacio Martínez de Pisón.
Como se ve, España es un país más eficaz liberando derechos de autor de escritores muertos que encontrando sus cadáveres y dándoles sepultura.
Fotografía: Jenny Ondioline (Todos los Creative Commons)