Miryam Hache recomienda «Precoz» de Ariana Harwicz

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Autor: Miryam Hache
Nota biográfica del autor:
Nací a finales de la década del 80 en Buenos Aires y actualmente resido en España. He cursado estudios de teatro, cine, fotografía y literatura. Desde pequeña cultivo la poesía y la narrativa. Publiqué textos varios en distintas revistas digitales y en papel. Escribí la novela Todo quema y los poemarios Las niñas que no saltan del tejado, y Este verano fue siempre noche, todos aún inéditos. En este momento me encuentro trabajando en mi segunda novela, dicto talleres de escritura y dirijo el portal de ficciones y feminismos: imaginacionesfilmicas.com

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Texto:

“Una vez que las palabras aparecen, una vez que la conciencia de la forma en que opera el lenguaje, aparece, una vez que la música, el tempo de las palabras se impone por sobre las palabras usadas en la vida, empieza la escritura. Escribir no puede ser otra cosa que eso de irse al fondo del océano para volver con los ojos ensangrentados”. Dice Ariana Harwicz en una entrevista con Silvana Aiudi.

En esa concepción de la escritura, hay algo de Pizarnik, pero también algo de Marguerite Duras, de Sharon Olds. Destellos de una poética maldita que llegan para dar luz sobre las negruras de la vida.

Como una bola de fuego desplazándose hacia el fin. Algo que se precipita hacia la fatalidad. Con la fuerza de lo que arde, la prosa de Ariana Harwicz retrata personajes marginales que viven al costado de las urbes, arrebatados por una pasión que los desplaza. En Precoz (Mardulce, 2015), Harwicz vuelve sobre aquello ya abordado en sus libros precedentes Matate, amor (Lengua de Trapo, 2012) y La débil mental (Mardulce, 2014): la maternidad como otra de las formas del erotismo. Tal vez la más siniestra, la más radicalmente animal. Donde un metafórico cordón umbilical resiste para llegar a ahorcarlos a todos.

Ya lejos de los márgenes de lo lícito, estos personajes parecieran vivir fuera del mundo. Pobres y descastados, en Precoz —como en La débil mental— madre e hijo se refugian el uno en el otro de una manera enfermizamente simbiótica. Siempre en la frontera entre la ciudad y el campo, entre lo “civilizado” y lo animal, entre el adentro que es la familia como lo “uno” —un uno indivisible, originario y fin—, y el resto de la humanidad como “lo otro”.

En ese mundo animalizado —donde madre e hijo van a cazar al barro con las manos— se deshacen las leyes de los hombres, los recuerdos se enuncian en tiempo presente, como si todo siguiera pasando, como si todo se sucediera en una atemporalidad poética que Ariana Harwicz llega a iluminar. Con esa música que se le impone en los orígenes de la escritura.

“Cuánto bebimos, los dos con hipo y en un momento fuimos rodando sobre la hoya, sobre las ramas, sobre escorpiones rojos y bolsas de nylon dejadas por los foráneos que vienen a fornicar”.

Las imágenes onírico-cinematográficas que esculpe la autora están teñidas de un oscuro halo que huele a incendio, a desastre.

“El fuego tira (…). La sala se llenó de humareda. La fotografía de papá y mamá sobre el fogón”.

“Entonces me empuja y empujo más fuerte, empujo contra algo macizo, con todo el cuerpo contra un furgón que hay que enderezar, empujo para lanzarlo, trabados como dos cuernos de marfil sigo bombeando en riesgo de muerte. Avanzamos por la calzada hasta bordear el despeñadero. Quiero que acelere y vuelque sobre los pastizales o a las islas, a los botes enlazados, a los médanos que emergen”.

Precoz es esa pugna hecha nouvelle. La de la muerte a combate con el deseo echada a las fauces de las bestias. El deseo impregna cada fibra de este relato. El deseo no cesará de aniquilar los cuerpos de los amantes. Los amantes a pesar del desastre. Como bloques a los que solo la muerte podrá fracturar.