Solenoide de Mircea Cărtărescu, por David Pérez Vega
Solenoide, de Mircea Cărtărescu.
Editorial Impedimenta. 794 páginas. 1ª edición de 2015; ésta es de 2017.
Traducción de Marian Ochoa de Eribe.
Posfacio de Marius Chivu.
Ya comenté hace unas semanas que en septiembre leí Nostalgia, el libro que dio a conocer en 1993 al Mircea Cărtărescu (Budapest, 1956) prosista, después de haber destacado ya en Rumanía como poeta. Sabía que estaba a punto de salir al mercado Solenoide, su última obra, y se la solicité a su editora, Pilar Adón, que me la envió a casa para que pudiera leerla y reseñarla. Su lectura me ha llevado casi todo el mes de noviembre.
Podríamos decir que el narrador de Solenoide es uno de los posibles «otros yo» de Mircea Cărtărescu: alguien que como él ha nacido en Bucarest en 1956 y que ha vivido su infancia en la misma calle que él, Stefan cel Mare, y que a la edad de veinticuatro años empezó a ser profesor de lengua rumana en un colegio de las afueras de la capital. Pero, a diferencia del Cărtărescu que nosotros conocemos, el de Solenoide trató de ser escritor y fracasó desde que, de joven, leyó en la universidad su largo poema titulado La caída y recibió la burla y la indiferencia de los popes de la cultura. Desde entonces sólo escribió diarios (que no serán compartidos con nadie) y el manuscrito –llamado Solenoide– que el lector tiene entre las manos y que, según el narrador, no es una novela ni es literatura.
«No he escrito una sola palabra de ficción en mi vida, pero esto ha dado rienda suelta a mi verdadera vocación: buscar, en realidad, en la realidad de la lucidez, del sueño, del recuerdo, de la alucinación y en cualquier otra parte. Aunque emana miedo y horror mi búsqueda me satisface, sin embargo, por completo, como las artes despreciadas y no homologadas de la doma de pulgas o de la prestidigitación», leemos en la página 38, y este párrafo nos puede servir de guía para saber cuáles son las intenciones narrativas de Cărtărescu en este libro. En muchas páginas se disparará contra la literatura oficialista: «A diferencia de todos los escritores del mundo, y precisamente porque no soy escritor, yo siento que tengo algo que decir», leemos en la página 54, como reivindicación de la escritura marginal y de la soledad.
La acción de Solenoide se sitúa en la Bucarest de mediados de la década de 1980, y por tanto en torno a los treinta años del protagonista. El narrador trabaja en la escuela 86, situada en los suburbios. Deja la casa de sus padres en Stefan cel Mare para trasladarse a un barrio marginal en el que comprará una casa con forma de barco, cuyas entrañas albergan un solenoide; es decir, una «bobina cilíndrica de hilo conductor arrollado de manera que la corriente eléctrica produzca un intenso campo magnético», como queda definido el término en la RAE. La casa fue construida por un investigador de la electricidad y los campos magnéticos, una especie de Nikola Tesla a lo rumano, que ahora la deja en manos de nuestro narrador. Solenoide está aderezado con muchos toques de tecnología vintage. Entre otras propiedades, la existencia del solenoide permite al protagonista dormir levitando sobre la cama. Y de esa misma forma mantendrá relaciones sexuales con su amante y compañera en el colegio, Irina, que es una descreída profesora de física.
El narrador nos habla de su día a día como maestro de rumano en la escuela 86, y también va desgranando ante el lector sus recuerdos de infancia y juventud. Solenoide es una novela de muchas aristas y planos, que admite páginas que van desde la pura narración realista, con capítulos de Bildungsroman (o novela de formación) hasta viajes a otros mundos.
Dentro de la vertiente realista de Solenoide, el lector conocerá la Bucarest deprimida de los años 80. Posiblemente los adjetivos que más se repiten para describirla sean «triste» y «cenicienta». Bucarest es una ciudad gris, aburrida, triste, deprimente… y el protagonista, que se siente un escritor fracasado, ha de acudir cada día desde su casa en forma de barco hasta el colegio y por las tardes a la inversa. Entre medias tomará un plato de albóndigas en una cantina cercana al centro. El colegio no resulta nada estimulante para el narrador: alumnos a los que piensa que no puede enseñar nada y profesores con los que no siente ninguna cercanía. Muchos de ellos están colocados allí por la política de pleno empleo del gobierno, carecen de formación y tienen incluso menos vocación que él.
En algún momento, al comienzo de la lectura, me estaba pareciendo que Cărtărescu estaba eludiendo hablar del régimen comunista, porque no lo criticaba abiertamente. Pero, en realidad, yo estaba equivocado: no es que Cărtărescu evite hablar del comunismo en Rumanía (que no lo evita), sino que éste está tan presente en el cuerpo de la narración que no necesita ser enunciado para la comprensión de un lector extranjero que no ha vivido esa realidad. Es decir, aquí se cumple aquello que decía Borges sobre la presencia de los camellos en el Corán: no aparecen porque todo el mundo sabe que están ahí. Me doy cuenta de que en muchos libros que he leído sobre regímenes totalitarios, el autor (desde la legitimidad, por supuesto) explica lo que ocurre, o ha ocurrido, en su país, a un lector que, desde antes de que el libro se publique, ya sabe que mayoritariamente va a ser extranjero (esto pensando en la lectura de algunos libros de escritores cubanos, por ejemplo). Sin embargo, las intenciones narrativas de Cărtărescu no son (o «no sólo son») criticar las condiciones de vida durante la dictadura de Nicolae Ceaușescu en la década de 1980, sino que su apuesta va mucho más allá que esto. En Solenoide, Cărtărescu cuestiona directamente el universo. Y es en el sustrato existencialista de esta crítica donde la novela deja atrás sus presupuestos realistas y entra (o, más bien, «se mueve casi siempre») en el terreno de lo fantástico y lo extraño.
Leemos en la página 264: «Has leído un libro literario y has dejado escapar una vez más el sentido de cualquier esfuerzo humano: salir de este mundo». Creo que aquí está la clave interpretativa de Solenoide: durante las páginas y años que dura su escritura, su narrador está haciendo esfuerzos para salirse del mundo. «No pretendo comprender, sigo tan solo avanzando con la historia de mis anomalías. Los filósofos han interpretado el mundo de muchas maneras, me digo algunas veces parodiando la famosa frase de la que ha brotado tanta sangre, lo importante sin embargo es huir» (pág. 601). «El arte no tiene sentido si no es huida» (pág. 672).
«La ceniza es el destino final, en cualquier caso, de cualquier texto, por eso no sufriré cuando también mi manuscrito acabe en el fuego. Él no es un libro y menos aún una novela, sino un simple plan de fuga».
Muchas de las páginas de este libro nos llevan a planteamientos existencialistas. Recuerdo una escena de La náusea de Jean Paul Sartre: el narrador piensa que la sangre que corre por sus venas le pertenece, le define, «es él». Se corta a sí mismo con el abrecartas (creo que era un abrecartas) y ve brotar la sangre de su mano. Esa sangre es él, pero al caer sobre la mesa ya ha dejado de ser él. En Solenoide hay muchos planteamientos similares.
Si en el prólogo de Nostalgia, Edmundo Paz Soldán hablaba de la presencia de las arañas en el mundo creativo de Cărtărescu, este interés se ha extendido ahora hacia más animales que componen los grupos (dentro de los artrópodos) de los insectos y los arácnidos, animales por los que Cărtărescu parece sentir fascinación. Arañas, piojos ácaros… se convertirán en un motivo narrativo, que nos hablará de otros planos del universo: quizás el hombre sea sólo un ácaro en el cuerpo de un ser mayor. El terror existencial puede venir de lo pequeño (ácaros), pero también de lo más grande (estrellas y espacios siderales).
En su huida del mundo, Cărtărescu quiere encontrar puertas no sólo en el mundo de los seres minúsculos y en el de las estrellas, sino también en el de los límites de la ciencia, los sueños, los recuerdos, la imaginación o el arte. Cualquier resquicio de la realidad, desde un poema al cubo de Rubik, le sirve al narrador para hacerse planteamientos sobre el sentido de lo real, de lo que vemos, no vemos o intuimos.
Estuve en la presentación en Madrid de Solenoide, que se celebró en la librería Alberti, y Cărtărescu contó algunas anécdotas de su vida que se correspondían con las vividas luego por el protagonista de su libro. Llegó incluso a decir que las personas que visitan al narrador en su casa, cuando se despierta, son reales y no sueños, y que también le visitan a él en la realidad. No estoy seguro de si Cărtărescu cree esto realmente o forma parte de sus juegos de escritor.
En muchos de sus capítulos, Solenoide se acerca a la literatura de terror. En sus páginas he sentido gravitar figuras como la de H. P. Lovecraft, sobre todo cuando nos habla de ese terror cósmico que procede del espacio exterior, o cuando aparecen en escena los «piquetistas», una secta que protesta en cementerios, hospitales y morgues contra el dolor, el deterioro del cuerpo, el sinsentido y la muerte.
Quizá podría hablar también de Lord Dunsany y la descripción en sueños de ciudades imposibles, porque la arquitectura urbana es un tema que también interesa a Cărtărescu, quien no deja de perderse en edificios que tienen la capacidad de mutar de tamaño en su interior.
O podríamos traer a colación también a Ray Bradbury y sus máquinas sorprendentes, porque en Solenoide las sillas de dentista, por ejemplo, se convierten en un centro neurálgico del dolor y por tanto del absurdo del mundo.
O incluso llegué a pensar en Mario Levrero y su búsqueda de señales metafísicas en la realidad; en esa búsqueda de todo lo que ocurre «en la vasta y desierta ciudad de debajo de la bóveda de mi cráneo» (pág. 477).
Y por qué no comentar también que cuando se describía el colegio, a los alumnos y los profesores he pensado en el expresionismo de El tambor de hojalata de Günter Grass.
También desde la gris y triste Bucarest, muchas de las metáforas del libro evocan mundos exóticos: las estatuas de la isla de Pascua, las figuras egipcias, los dioses de Asia; lo que crea un contraste muy curioso.
En el blog Devaneos, su autor relacionaba Solenoide con el poeta Fernando Pessoa, y quizás si no hubiera leído esa reseña antes no se me habría ocurrido, pero una vez que se han unido esos dos conceptos –Pessoa y Solenoide–, sí que he encontrado similitudes entre los planteamientos de uno y otro. Leemos en la página 673 de Solenoide: «Qué solo estoy, me digo en cada instante de mi vida. ¡Qué espectral es mi vida! Agito en el puño, como los jugadores de dados, mis ridículos vestigios». Son palabras que podrían estar en los versos de algún poema de Pessoa o en alguna página del Libro de desasosiego. De hecho, Cărtărescu hace una metáfora sobre la literatura y las puertas cerradas muy similar a la que hace Pessoa en su famoso poema Tabaquería.
Por supuesto, Solenoide también se puede relacionar con Kafka y sus mundos asfixiantes. O con Bruno Schulz, cuando se plantea un juego metafórico que trasciende el territorio de la semejanza lingüística para adentrarse en el de la realidad, como al final del capítulo 3, cuando al volver de la mili, el personaje se mete en una bañera y de él se desprende una piel real que se corresponde con la mugre de los meses de servicio militar.
Diría que Solenoide admite muchas lecturas y que uno tiene la sensación constante de que esta obra conversa con muchos grandes escritores desde perspectivas muy dispares. El cambio de registros y de juegos narrativos es impresionante, como si Cărtărescu se propusiera dinamitar sus propios presupuestos narrativos en cada capítulo.
Además, Solenoide conversa con la propia obra de Cărtărescu, porque aquí podemos encontrar referencias directas a personajes o sucesos ya narrados en Nostalgia, como la aparición del Mendévil o el concepto de REM como un aleph borgiano. En el posfacio, Marius Chivu encuentra otras referencias al resto de la obra de Cărtărescu.
Me gustaría hacer mención a las curiosas digresiones sobre personajes que van cobrando interés para Cărtărescu. Cito directamente de Chivu: «Una novela de Ethel Voynich, los libros de Matemáticas del padre de esta, George Boole; las teorías físicas de su cuñado, Charles H. Hinton; el misterioso manuscrito Voynich; así como los ensayos de parasitología, los experimentos del médico forense Nicolae Minovici o las interpretaciones de los sueños de Nicolae Vaschide» (pág. 790). Estas historias acaban constituyendo interesantes relatos dentro de la narración.
En internet he leído que Cărtărescu declara que no planifica sus libros, que escribe para averiguar hacia dónde le lleva su escritura. Lo había pensado antes de leerlo. Quizás ahí podría encontrarse el único punto que haga desfallecer a algún lector al acercarse a este libro monumental: la tensión de la novela no es creciente, no se plantea aquí un misterio que haya que resolver; el lector no sigue al narrador a través de una serie de peripecias hasta que cumple con una misión. Se me ocurre lo siguiente: además del solenoide que se encuentra en la casa del narrador, existen otros dispersos por la ciudad, con los que el protagonista de la novela se acaba topando. La novela se podría haber planteado como un misterio, como una búsqueda de esos solenoides, que al final dieran una explicación del mundo al narrador. Es posible que, si Cărtărescu hubiera planteado así su libro, habría conseguido más lectores, se habría acercado más a los planteamientos de una novela bestseller y el grupo de sus lectores podría haber trascendido el del mero conjunto, en clara merma, de los «lectores literarios»; pero es posible, también, que en ese caso su libro se habría vulgarizado.
Yo, como lector, podría apuntar que, en algunos pequeños momentos, sí que he sentido que la tensión narrativa de Solenoide decaía, pero en la mayoría de las páginas he experimentado una gran emoción como lector. La emoción de estar surcando las páginas de un universo creativo (el de Cărtărescu) propio y grandioso, la emoción de estar leyendo una gran obra, de múltiples planos y matices, una obra que conversa con los clásicos y que lleva sus planteamientos hacia rincones inesperados, haciendo uso de una imaginación portentosa. Creo que Solenoide es un libro trascendente y que va a figurar en el canon de las grandes novelas. Dentro de veinte años, se hablará de ella como hoy se puede hablar, por ejemplo, de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Habrá cosechado un gran número de lectores y reconocimiento y surgirán también los lectores que la rechacen por ser demasiado famosa e inferior a su escritor secreto favorito, porque no era para tanto, porque Pynchon es mejor, o porque rompe con sus expectativas de lector de bestseller que se ha dejado seducir por una fama que no le satisface.
Creo que Solenoide es el mejor libro que he leído este año.