Mañana cruzaremos el Ganges de Ekaitz Ortega, una lectura de Santi Fernández Patón
Hace poco leí en el periódico El Salto un artículo en el que, a través de algunas novelas o reediciones recientes, se abordaba cómo «La ciencia ficción se enfrenta al fracking» y, en general, al cambio climático y la cuestión medioambiental. No conocía a su autor, Ekaitz Ortega, bilbaíno nacido en 1983 y residente en Madrid, pero al buscarlo en Google y llegar a su web descubrí que estaba a punto de publicar su primera novela, de corte distópico, en El Transbordador, un pequeño sello especializado en ciencia ficción y literatura fantástica de Málaga, mi ciudad. Demasiada casualidad como para no leer el libro, que su editora, Pilar Márquez, me elogió con entusiasmo.
Mañana cruzaremos el Ganges es, en efecto, una novela de género. Con pulso firme, Ortega avanza a través de una historia que no pretende recrearse en una trama trepidante o artificial, ni especialmente deslumbrante, por muchos elementos de intriga o llamativos que contenga. Lo que se esconde tras su enigmático título es una historia sobre la vida cotidiana de la ciudadanía de a pie, sobre las consecuencias en el día a día que un futuro no muy lejano puede acarrearnos, casi sin darnos cuenta, cuando ya sea tarde para comprender que hemos delegado nuestras vidas y aquello que las sustentan (el amor, el cuidado, la naturaleza, el trabajo, el ocio, la cultura) en poderes demasiado distanciados.
La protagonista de la novela, Eva Warren, es una periodista originalmente free lance que ve cómo el control sobre su oficio, especialmente si lleva ese free delante, se convierte en epítome de una sociedad en la que se intenta reducir al mínimo posible el libre albedrío, la capacidad de elección, la toma de decisiones propias gracias a la creación de un temor, bien fundamentado, en las perspectivas materiales del futuro.
En un mundo globalizado que rompe las fronteras de las razas y nacionales, pero no de clase y poco las de género, y en el que la tecnología ya forma parte, cada vez más, de nuestros actos, se deslizan varias preguntas. Evidentemente Ortega no las formula de manera abierta, sino que, como corresponde a la buena literatura, deja que su texto las vaya desprendiendo: ¿si la tecnología es la primera herramienta de control y destrucción del lazo social, en qué medida cabe subvertirla en beneficio de una libertad siquiera individual? ¿Pero es posible la libertad si es individual? En esas circunstancias, ¿cabe la opción real de una subversión colectiva que vaya más allá de una llamarada pasajera o todas las opciones de fuga son, en efecto, individuales? Y aun así, ¿no contemplar esas opciones nos convierte en meros espectadores, esto es, en cómplices?
La familia de Eva Warren, en su atomización radical, es la que nos mueve a buena parte de este tipo de preguntas. El vínculo amoroso, o la disolución de toda su pasión en una régimen social pautado hasta el extremo, queda simbolizado en la relación entre Warren y su pareja, mientras que la lucha por mantener el lazo se hace patente a través de su hermana, Marie. Por otro lado, y sin querer desvelar la trama, el padre de ambas encarnaría a la perfección ese dilema entre la fuga individual y la acción colectiva, quizás la intuición más interesante de la novela.
Todo ello, conviene resaltarlo una vez más, se aleja mucho de convertir Mañana cruzaremos el Ganges en una novela de tesis o de apagarse tras una trama cegadora. Ekaitz Ortega ha querido, sobre todo, contar una historia, y para ello ha construido personajes profundos y complejos, como algunos secundarios de lujo, así el caso de Marie, a los que da vida en un entorno fantaseado, pero sin estridencias y sí veraz. Su estilo, por lo general cuidado, cae a veces en cierta monotonía, en diálogos poco naturales (una pareja que, en lugar de preguntarse cómo está, se «traslada su situación») o incurre en abusos, como el de verbo «realizar» (que vale tanto para «realizar» un incendio o una escritura).
Con Mañana cruzaremos el Ganges Erkaitz Ortega debuta en la novela con un texto sólido y de género que demuestra a las claras que su autor ha interiorizado y replicado de manera personal lo mejor de la tradición distópica.