Estrómboli de Jon Bilbao, una lectura de David Pérez Vega
Estrómboli, de Jon Bilbao.
Editorial Impedimenta. 268 páginas. 1ª edición de 2016.
De Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) había leído hasta ahora los libros de relatos Como una historia de terror (2008) y Bajo el influjo del cometa (2010). Ambos me gustaron mucho. Como una historia de terror, que además fue el primer libro que leí de la editorial Salto de Página, me sorprendió de una forma muy grata. Cuando leí Bajo el influjo del cometa el impacto fue algo menor, y no porque el libro fuese inferior al otro, sino porque ya sabía hasta dónde podía llegar Bilbao escribiendo relatos.
Se habló bastante de Estrómboli en 2016. Estuve en abril en la librería Alberti cuando se presentó en Madrid. La verdad es que me apetecía bastante leerlo, pero lo he ido dejando hasta ahora, que ya nos hemos adentrado en 2017. Creo que he pasado por una temporada de solicitar demasiados libros a las editoriales, libros a los que acabo dando prioridad a la hora de leer, y eso provoca que otros, como este de Estrómboli, que lo compré, se acaben quedando un poco rezagados en mi lista de prioridades.
Estrómboli está formado por ocho cuentos, cuya extensión, en la mayoría de los casos, supera las treinta páginas. Ya he comentado alguna vez que me gusta bastante leer libros de relatos, pero que mis relatos favoritos suelen ser largos (por encima de las quince páginas), y Jon Bilbao escribe relatos justo de esa extensión, en la que da tiempo a desarrollar una historia, en la que interaccionan varios personajes y se desarrolla un conflicto sin el desarrollo temporal de una novela, que tanto me gusta. Sé que Bilbao es un gran admirador de John Cheever, un autor norteamericano que también se movía en esta paradójica distancia corta-larga de la que hablo y que a mí tanto me satisface.
Del primer cuento, Crónica distanciada de mi último verano, había leído unas cuantas páginas en la web de Impedimenta (ver AQUÍ), y desde el momento en que lo hice supe que más pronto o más tarde leería Estrómboli. Este cuento se desarrolla en Reno. El narrador, después de perder su trabajo en España, se ha trasladado a Estados Unidos para acompañar a su novia, que está realizando un doctorado en la universidad de Reno. Un día, en la lavandería del edificio en el que viven, sorprende a un motero trasnochado oliendo las bragas de su novia. Le grita y el motero reacciona riéndose de él. A partir de entonces el narrador empezará a ser acosado por el motero y sus amigos. La tensión está muy conseguida; es muy difícil no leerlo de un tirón. Un gran relato.
Me estoy acordando de la teoría del relato de Ricardo Piglia, esa que afirma que en un buen relato siempre se desarrollan dos historias: una evidente y otra que transcurre a un nivel más subterráneo. Crónica distanciada de mi último verano podría ser un ejemplo perfecto de esa teoría: en un primer plano nos encontramos con una historia de violencia evidente, la de la persecución de unos moteros al narrador, pero en un segundo plano, más escondido, Bilbao está hablando de la relación del narrador con su novia, que al final acaba siendo también una historia de violencia.
En gran medida, las narraciones de Bilbao tratan de las fuerzas ocultas que mueven las relaciones de pareja o familiares (relaciones entre hermanos, entre un padre y un hijo, etc.).
El segundo cuento, El peso de tu hijo en oro, es otro relato magnífico. En él, se indaga en la relación de dos amigos, que en vacaciones o durante los fines de semana, van a buscar oro a la cuenca de un río, y del peso que cobra en la relación la muerte accidental del hijo de uno el día que los acompaña al río. Es un cuento muy carveriano, muy intenso.
En Siempre hay algo peor nos trasladamos de nuevo a Estados Unidos. Esta vez el cuento se desarrolla en San Francisco. Más de uno de los cuentos de este libro están emplazados fuera de España (Reno, San Francisco, Nueva Zelanda, la isla de Estrómboli…) y el escenario acaba convirtiéndose en un protagonista más de la historia. Sobre todo en los que se desarrollan en Estados Unidos, es notable la asimilación de la cultura cinematográfica o literaria norteamericanas por parte de Jon Bilbao. La violencia que se muestra en ellos es muy norteamericana, pero a diferencia de lo que hace, por ejemplo, el escritor Juan Carlos Márquez en los relatos de Norteamérica profunda, Bilbao no se atreve al juego completo: sus personajes, aunque desplazados hasta la otra punta del mundo, siguen siendo españoles y contemplan a los personajes extranjeros con una mezcla de sorpresa y asimilación exótica (es muy relevante, en este sentido, el cuento El castigo más deseado, que transcurre en Nueva Zelanda). Otro gran cuento, y creo que está empezando a dejar de tener sentido glosar así cada uno de ellos.
Como ya he comentado, los tres primeros cuentos de este libro son magníficos. Cualquiera debería estar en la antología más exigente del nuevo cuento español.
Quizás el nivel baja un poco en el cuarto y el quinto cuento. El cuarto se titula Una boda en invierno, y en él se intercalan varias voces narrativas. El recurso es nuevo, pues los demás cuentos o bien se desarrollan en primera persona, o bien la tercera persona está muy apegada al punto de vista de uno de los personajes. Una boda en invierno contiene más de una imagen sugerente y misteriosa, pero los conflictos mostrados no acaban de tomar vuelo.
El quinto relato, Como en un idioma desconocido, nos habla de un joven ingeniero que empieza a trabajar en una central nuclear y de los conflictos laborales (en realidad humanos) a los que debe enfrentarse allí. Bilbao es un gran constructor de cuentos, y se nota que se documenta bastante cada vez que va a escribir una de sus historias. En esta es posible que la recopilación de información sobre el funcionamiento de una central nuclear haya sido excesiva, y en gran medida los detalles técnicos acaban ahogando el relato, cuyos conflictos entre personajes son menos intensos que en otras ocasiones.
Avicularia avicularia me ha encantado. Es un cuento sobre un padre en paro que, a instancia de sus hijos y su mujer, acepta acudir a un programa de televisión sobre retos, donde acaba comiéndose una araña viva, siendo este insecto una de sus fobias infantiles. Me gusta que en este relato Bilbao retoma un elemento de sus primeros libros: el tono ligeramente pulp, el leve tono de terror.
El castigo más deseado que, como ya he comentado, transcurre en Nueva Zelanda, consigue cerrarse con una escena final ‒con los protagonistas entre tiburones‒ realmente poderosa.
Estrómboli, sobre un hombre y su amante que van a esta isla a buscar al hermano del primero, me ha gustado, pero algo menos que el resto de los cuentos más destacados del conjunto. Es posible que la narración del pasado de los protagonistas lastre un tanto el ritmo del cuento.
Hacía tiempo que no leía cuentos de Jon Bilbao y he disfrutado mucho al retomarlos. No recuerdo con exactitud todos los cuentos de sus dos primeros libros, pero creo que Estrómboli contiene algunas de las mejores piezas que ha escrito. El estilo, sin ser recargado, busca la precisión y la sencillez, pero no está exento de cierto lirismo.
Creo que los cuentos son largos porque en casi todos, mediante el recurso de la analepsis, se narra el pasado de los personajes. Imagino que, para más de un purista del cuento corto, esto debería ser sugerido y no mostrado de forma explícita, pero yo creo que gran parte de la fuerza de estas narraciones reside precisamente en que el lector, a lo largo de sus treinta páginas, acaba conociendo gran parte de (aunque no todas) las motivaciones de los personajes.
En 2016 leí Andarás perdido por el mundo de Óscar Esquivias, y ahora me he acercado a Estrómboli, posiblemente (al menos de lo que yo conozco) otro de los más grandes libros de cuentos publicados en España ese año, y puede que durante unos cuantos más.