Un silencio menos, conversaciones de Mario Levrero, una lectura de David Pérez Vega
Un silencio menos, conversaciones con Mario Levrero compiladas por Elvio E. Gandolfo
Editorial Mansalva. 213 páginas. Primera edición de 2013; las entrevistas empiezan en 1977
Prólogo de Elvio E. Gandolfo
Este libro lo compré en la Feria del Libro de Madrid de 2016. La mayoría de los libros que se ven en la Feria se pueden encontrar igual en las librerías convencionales, pero algunos no, como ocurre con el que nos ocupa. Casi todos los años viene a la Feria de Madrid un librero de Buenos Aires que vende solamente libros editados en Argentina (y quizás en Uruguay). Siempre visito su caseta y siempre le compro algo. Es un gran vendedor; si uno se descuida se podría acabar llevando toda la mercancía, ya que sólo vende libros imprescindibles. Es un librero que cree con tenacidad en su producto. Me encanta. En esta última feria quiso venderme la nueva edición de Las Varonesas de Carlos Catania. Conseguí sorprenderle cuando le conté que había leído la primera edición de ese libro y que había conseguido contactar con Catania y le había hecho, incluso, una entrevista. El tipo sabe calar a su público; enseguida descubrió que yo era un cliente al que le podía interesar un libro como Las Varonesas. Era una pena que no hubiese traído Lo imborrable de Juan José Saer. Le acabé comprando este libro de entrevistas a Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004), compiladas por su amigo Elvio E. Gandolfo.
Aquí se recogen veintiuna entrevistas que le hacen a Levrero, desde 1977 hasta su muerte, más otra que Levrero se hace a sí mismo, y que contiene alguna de las preguntas más certeras. Cuando comenté el libro de entrevistas a Philip K. Dick hice un resumen de cada una de ellas, pero en aquel caso eran sólo seis; aquí, al ser veintidós, el resumen pormenorizado me parece excesivo y voy a mostrar, simplemente, lo que más me ha llamado la atención:
Levrero llegó a escribir un tratado de parapsicología, tratando de articularla como una ciencia. Estaba obsesionado con los episodios de telepatía que creía vivir.
En 1966, Levrero, cuando tiene veintiséis años, descubre a Franz Kafka y se deslumbra. No sabía que se podía escribir así. Su primera novela, La ciudad, es un intento, dice, de traducir a Kafka al español.
Antes de 1966 ya había escrito novelas y relatos, pero todo lo había destruido. En ese momento se encontraba influenciado por la novela policiaca. A los quince años escribió una novela policial. Se la dejó leer a una sola persona, que la consideró excelente, pero él no se fió y la acabó destruyendo.
Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo se publicó en 1975 con el nombre de Jorge Varlotta, el verdadero nombre de Levrero, quien en realidad se llamaba Jorge Mario Varlotta Levrero. Levrero no sentía que este libro fuese una obra de Levrero y le pidió a los editores que le cambiaran el nombre. Estos acabaron tomando el «real».
Para Levrero sus obras (también las iniciales) son realistas, no le gustan las etiquetas de ciencia-ficción o de fantasía. En diversos planos de su psique él siente que su forma de interpretar el mundo es realista. «Yo nunca he escrito nada que no haya vivido. A ese vivido si querés ponele comillas. Las cosas que escribo las vivo interiormente. Más bien una literatura simbólica que mediante ciertos juegos intenta reproducir o traducir cierto tipo de movimientos interiores que no tienen correspondencia con un lenguaje» (pág. 70).
Muchas de las influencias de Levrero pertenecen a la cultura popular: las novelas baratas de detectives, las tiras cómicas, las historietas, la música de los Beatles o el tango, las películas, incluso llega a citar como influencias literarias a las mujeres o a las hormigas, y no parece tener ningún empacho en declarar que no ha conseguido pasar de la página 35 del primer tomo de En busca del tiempo perdido de Proust. Le gustan Kafka, Lewis Carroll y Raymond Chandler. De un escritor como Gabriel García Márquez aprecia Cien años de soledad, pero no El otoño del patriarca. De Pedro Páramo de Juan Rulfo le gusta sólo la primera mitad.
Cuando le preguntan por cuál de sus libros siente mayor predilección siempre cita su novela Desplazamientos, que fue la que peor acogida crítica tuvo.
Cuando, al principio de su carrera literaria, le relacionaban con Kafka o Carroll, también le empezaron a unir al grupo uruguayo de «los raros». De él, admira sobre todo a Armonía Sommers. Alguien le recomendó leer a Felisberto Hernández, y también le gusta, además de encontrar similitudes con su obra. Al principio no aprecia a Juan Carlos Onetti, pero le acabará leyendo como a un maestro.
Levrero muestra entusiasmo por La luz argentina de César Aira. «De lo mejor que he leído en los últimos tiempos», dice. Hasta ahora pensaba que Aira bebía de Levrero, pero me doy cuenta de que en gran medida son contemporáneos y que la influencia puede ser mutua.
Cuando era adolescente, Levrero quiso ser director de cine, pero al darse cuenta de que eso era imposible en Uruguay, se decantó por la escritura. Considera que sus libros se crean de forma visual, a fuerza de dibujar imágenes, y que el libro funcionaria igual si cambiase las palabras de las frases por sinónimos.
Levrero no cree en el escritor con horario, aquel que tiene un trabajo de oficina y luego escribe de 18:00 a 20:00 horas. Él siente la escritura como algo orgánico, que le reclama de vez en cuando. En el momento en que va a escribir una novela se ha de dedicar a ello durante dos o tres semanas, sin tener casi interrupciones. Luego puede estar años puliendo el texto, pero el primer impulso tiene que ser compulsivo. De este modo, lo acaba pasando mal cuando ha de mudarse a Buenos Aires y trabajar en una revista de crucigramas y juegos de lógica, porque no tiene el tiempo que necesita para escribir. En un periodo de vacaciones después de tres años de estancia en la gran metrópoli, comenzará a escribir Diario de un canalla, sacando de sí mismo estos problemas. Consigue aguantar en su trabajo de «oficina» porque la realización de los crucigramas y los juegos de lógica le resulta creativa. Así, dedica a los crucigramas una hora cuando sabe que podría hacerlos en quince minutos.
Para Levrero, en las experiencias más triviales y cotidianas hay material artístico, aunque gran parte de su literatura se inspira también en sueños.
Levrero se declara un adicto a la novela policiaca desde muy joven, porque le sirve para escapar de la realidad. A veces se siente culpable por leerlas, ya que este tipo de libros necesitan un final «cerrado». Si los enigmas planteados no quedan cerrados, la novela fracasa y deja una sensación de estafa; pero cuando sí que está «cerrada», deja una sensación de vacío.
«Mi posición política es variable; suele situarse habitualmente en el polo opuesto a la de mi interlocutor cualquiera sea su posición. Lo cierto es que no entiendo nada de política; cada vez entiendo menos, en general» (pág. 104).
Entre 1985 y 1988 Levrero vive en Buenos Aires, trabajando en la empresa de crucigramas. Lo acaba dejando cuando todo el proceso se hace más mecánico y piensa que ya no hay nada creativo en ello. Entre 1988 y 1993 vive en Colonia del Sacramento, junto a su pareja Alicia (que aparece en El discurso vacío). Después vuelve a Montevideo.
«Creo que en toda sociedad y en todo individuo están los gérmenes de una dictadura; por eso los regímenes de fuerza son posibles». Las referencias conscientes a las dictaduras uruguaya o argentina en la obra de Levrero son escasas; se puede, sin embargo, encontrar algo: «Un breve pasaje de Nick Carter…, algunos fragmentos y el mismo título de Ya que estamos, alguna oscura alusión y el título de Espacios libres, alguna reflexión en Apuntes de un voyeur melancólico, una línea de Diario de un canalla; pero no son referencias políticas, sino humanas» (pág. 123).
«No detesto las entrevistas de un modo global y absoluto; en ese caso las rechazaría. Me siento molesto conmigo mismo por mi vanidad al aceptarlas, me fastidia trabajar para que mi trabajo lo cobre otro, me han decepcionado muchos entrevistadores (por sus preguntas, o por la forma de manejas mis respuestas), me he decepcionado siempre por mi poca habilidad para dar respuestas geniales; y desconfío de la entrevista como género, porque difícilmente se da el diálogo: suelen ser esquemas y prejuicios que se cruzan, se intercambian incólumes entre entrevistador y entrevistado» (pág. 130).
Los primeros libros de Levrero (La ciudad y La máquina de pensar en Gladys) los publicó Marcial Souto en una colección de libros extraños, que en principio era de ciencia-ficción. Esto generó la confusión de que Levrero escribía ciencia-ficción, cuando en realidad no lo hace. En más de una ocasión en este libro, desmiente el particular y además declara que ni siquiera le gusta el género. Esto me extrañaba, pues yo siempre había pensando que Philip K. Dick era una de sus influencias. La forma de Levrero de sentir que está en contacto con una realidad superior es muy similar a la mirada paranoica de Dick sobre el mundo. No encontraba ninguna referencia a Dick en las entrevistas hasta que mi felicidad se vio colmada en la página 152, cuando le preguntan si lee ciencia-ficción y contesta: «Leo, de tanto en tanto, y casi siempre los autores de ciencia ficción me frustran. Salvo uno: Philip K. Dick, que además de gran escritor es un genio».
Levrero se declara adicto a los «flippers», y en los tiempos de la dictadura le costaba retirarse a su casa durante los toques de queda por seguir jugando a estas máquinas. Estas experiencias en los salones de juegos las usó para su novela Fauna.
Si de su obra, la novela que considera mejor es Desplazamientos, la que menos le gusta es La novela geométrica (que aún no ha llegado a España), y la segunda parte de Lugar.
Cuando Levrero habla de los talleres literarios que imparte declara que él no sabe nada de literatura, y que no puede –como se hace en otros talleres– enseñar a sus alumnos a leer. Él trata de transmitir su experiencia como escritor.
He disfrutado con este libro de entrevistas a Mario Levrero, e imagino que Un silencio menos puede gustar a los pocos, pero cada vez más numerosos, seguidores de este peculiar y valioso escritor.