La vida negociable de Luis Landero, una lectura de Javier Divisa
LA VIDA NEGOCIABLE.
Autor: Luis Landero.
Editorial: Tusquets – Colección Andanzas.
Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles. Cuando yo era adolescente, cuando apenas sabía nada del mundo de los mayores ni tenía clara conciencia del bien y del mal, e ignoraba por tanto de qué manera prodigiosa puede llegar uno a convertirse en un momento, quizá sin advertirlo, como en cara o cruz, en un canalla o en un santo, un día mi madre me llevó con ella a un lugar secreto, y yo supe que era secreto porque eso fue lo primero que me dijo en cuanto llegamos allí.
No es retórica y altisonante la prosa de Luis Landero, sino más bien fluida y natural como un arroyo tranquilo, precisa y gentil, barroco moderado, folletín dieciochesco, como si no se esforzara, gran mérito para no agonizar entre exuberancias profusas y abigarradas, y ver esa fisura entre el gran argumento pobre y el pobre gran argumento, incluso entre qué narra y cómo lo narra.
La novela –afortunadamente es un gran chorrada, porque es una vida como muchas vidas pero mucho más notoria que un gran enigma o el libro jeroglífico- se lee agradable y sin drogas, a causa de la amabilidad narrativa y la (premio) particular fricción e intimidad con el lector de cuarenta años (eso que llama alguna gente intensita y vehemente: esta canción habla de mí).
Una delirante y condescendiente historia de amor (Leo odiaba la música romántica y solo le gustaba el rock duro, el punk, el heavy metal, todas esas músicas psicodélicas y espasmódicas, siempre, eso sí, que no hablaran de amor. A mí la música no es que no me guste, es que no la soporto, y eso es justo lo que le dije), una incipiente homosexualidad, unos niños jugando a bandidos, el primer enamoramiento real, los primeros libros, enciclopedias, películas y dos secretos inmorales e inconfesables, (como toda confidencia que se preste de serlo), la infidelidad, la corrupción, la soledad, las peleas de reconciliación, la religión, la culpa, el sexo, el fetichismo, el cine, la vida en el campo, la tragicomedia de manera genérica y colectiva en todas y cada una de las 336 páginas y los bandoleros comprenden esta novela, con un hálito de novela negra en las últimas e inquietantes páginas, tras todo el preliminar de novela de picaresca y aprendizaje.
Hay que aprender a convivir con el mal, y en este negocio mío y que pronto será tuyo, piensa, como yo lo pensé en su día, que si no lo haces tú, otro lo hará por ti, de modo que con tu virtud no evitas el mal; al contrario, aceptándolo, puedes paliarlo en parte, contenerlo, hacerlo más venial y más humano, y ese, a su modo, es un servicio que se le presta a Dios, que todo lo ve.
Despuntan como viene siendo habitual en todas las novelas de Landero, la ternura, la trampa y la farsa. También las charadas de las admoniciones bíblicas, las trampas de la videncia, los delitos del pobre hombre mundano, los delirios sexuales y los visajes absolutamente cervantinos. Y dominando el panorama, el esparcimiento predilecto de nuestro narrador: la inspiración de la supervivencia.
Ahora que lo pienso, en mi vida, como en tantas vidas, ha pasado un poco de todo, quiero decir que he cultivado casi todos los géneros y subgéneros literarios y en general artísticos, la comedia, el drama, la farsa, el esperpento, la novela de acción y de suspense, la novela psicológica, la policíaca, la erótica, la realista, la didáctica, el folletín, el sainete, y qué sé yo cuántos más, ya irán saliendo al hilo de los hechos, y ahora precisamente mi vida se vio convertida de repente en una novelita sentimental. Una ridícula novelita sentimental.
Lo maravilloso de la literatura de primera persona es que si narras de manera petulante, pueril y bochornosa, y además lo anuncias en Facebook, a casi todos nos importa un cojón tu vida; por tanto tienes que entregarnos las armas de tu vergüenza ajena. Es el pacto de la lectura que nadie ha valorado, deleite lector por autoestima. No somos tus psicólogos, queremos ser tus lectores. Pero claro, los desahogos hay que cuidarlos. En La vida negociable, para mí no hay convenio, hay pocas cosas negociables, y la gran permuta es que estamos intercambiando literatura por goce. Y ese es el gran usufructo de esta novela.