Entrevista a Federico Jeanmaire, por Carlos Madrid

Federico Jeanmaire: “Tengo una concepción de la literatura más cercana al arte que a la intelectualidad”

Por Carlos Madrid @carlosmartnez90

 

Al igual que los hijos toman una parte sustancial de la personalidad de los padres durante el proceso de la formación de su identidad, las novelas de Federico Jeanmaire (Argentina, 1957) no se entenderían sin la escritura a través de su reflejo; el empleo de la mofa, la gracia, a la hora de ahondar en materias muy serias. Temas serios como los obstáculos con los que nos topamos los seres humanos ante la convivencia, y su mutación en violencia; el sexo; el poso negativo ante los cambios; la trascendencia del lenguaje tanto en la literatura como en la vida… Todos ellos hacen que sus novelas tengan en el trasfondo un carácter muy político, muy reivindicativo. Muy serio.

A esta línea de narración se adscribe ‘Amores Enanos’ (Anagrama), obra que resultó finalista del Premio Herralde de Novela, y en la que el autor urde una relectura del cuento de Blancanieves que se aleja de todo maniqueísmo, a través de la cual enmascara los métodos de autodefensa que desarrollan las minorías ante las colectividades que rechazan con violencia lo dispar. Con esta sustancia literaria, el escritor aspira “a joder, a molestar, a que el lector tenga alguna complicación” durante su lectura.

 

‘Amores enanos’ es un espejo pequeño que devuelve el reflejo deformado de la realidad.

En algún sentido es un espejo que achica algunas cosas, pero otras las agranda. Uno de esos espejos que deforman cuando te miras. En Buenos Aires había un parque cuando era pequeño que tenía un laberinto de esos espejos; te alargaban, adelgazaban, engordaban… en ese sentido sí puede ser ‘Amores enanos’ una novela de un laberinto de espejos.

 

Alargas, adelgazas, engordas la dificultad de los seres humanos ante la convivencia.

Creo que es una de las cosas que más me interesa en todo lo que he escrito hasta ahora; creo que es lo que más me interesa en la vida básicamente. Por eso en lo que escribo siempre aparece de alguna u otra forma el tema de la convivencia, de la comunicación, soledad… y sobre todo qué produce todo eso socialmente. Al menos, por lo que me da a mi la impresión, en Sudamérica, todas esas cuestiones terminan en un hecho violento. Aunque esa violencia sea mínima; como una discusión en la calle. Todas esas cosas creo que están en el origen de la mala convivencia.

 

¿Por qué crees que esa incomunicación en la sociedad se trastoca en violencia?

No sabría decirlo. Por eso escribo. Me gusta escribir sobre lo que no sé. Uno puede buscarle razones, e incluso encontrarlas. Pero luego se da cuenta de otra situación y la raíz no era ésa. Supongo que son muchas las cuestiones. Habría que alejarse del presente y pensar que los hombres viven todos juntos, que se inventaron unas ciudades enormes, muy malas para convivir… quizá las inventaron por el miedo a estar solos. Pero en el fondo, no sé si les gusta estar tan cerca.

 

Hay una frase que dice Milagros (el protagonista) en la novela que parece que es donde reside toda la fuerza del libro: “Los enanos somos muy conservadores. No nos gusta nada el mundo tal cual es, pero tampoco hacemos nada por cambiarlo”.

Eso lo puede subscribir cualquier persona que mida más de 1,48 metros también. Esta frase está relacionada con lo que hablábamos al principio: la novela es un espejo de deforma. En el fondo, no conozco mucha gente que esté contenta con el mundo en el que vive, pero hace bastante poco por cambiarlo.

 

Quizá porque como citas en la novela: “El mundo se hace grande e incomprensible”. Esta características agrupa a todo el mundo, no sólo a los enanos.

Es un mundo que nos queda grande a todos. Uno como mucho puede vivir de la mejor manera que pudo armarse para vivirlo. Supongo que en el fondo de nosotros debe de haber algo que nos dice que no podemos cambiar el mundo.

Yo pertenecía a una generación que en algún momento creyó que podía cambiarlo y le fue muy mal. No reivindico esa idea o ese pensamiento de esa generación porque me parece que estábamos equivocados, que hicimos mal las cosas. Al final salió peor. No creo que estemos mejor ahora que hace 40 años.

 

De esta desilusión nace el poso negativo que dejas en la novela antes los cambios.

También en la novela hay mucho de un trabajo de lo que aquí en Sudamérica es común. No tanto en Europa. Aquí hay muchos barrios cerrados, que están con murallas, seguridad… donde va a vivir la gente rica porque no van a sufrir demasiado el mundo que les rodea. Una especie de burbuja bastante mentirosa. El libro también trabaja esa zona, que por desgracia cada vez son más comunes por aquí.

 

Todo esto que nos has ido desgranando, remata una novela con fuertes tintes políticos.

Creo que todo lo que hago es muy político. Y muy serio. En esta novela si te quieres reír, puedes no parar en todo el tiempo. Pero también ambiciono que en alguno de esos momentos de risa, el lector arme una significación que exceda esa risa. Yo creo que lo que hago es muy serio, a pesar de que uno como lector pueda divertirse mucho.

 

El humor, el absurdo, ¿son usados como materiales literarios para esclarecer una brutalidad que sino no sería tan evidente?

Yo creo que he encontrado en el humor una cierta posibilidad de no escribir tesis sobre el mundo. El humor me ha permitido no armar significación en el escritura; dejar que ella, a partir de la diversión, la tenga que construir el lector. Me parece que las tesis no crean buenos lectores. En algunos casos, muy pocos casos, buenos escritores. Pero no buenos lectores. Los buenos lectores tienen que trabajar mucho, y mi idea es ésa. Aunque no lo parezca, ya que mis novelas se leen muy fácil. Pero sí en cuanto a la significación. Esto me parece una tarea ardua incluso para mí.

 

Además de la significación, le das mucha importancia al lenguaje, a la forma en la que nos comunicamos los seres humanos.

En España no hay muchas novelas mías, pero es un tema que siempre he tratado en mis novelas. Por ejemplo, ‘Tacos altos’ es una novela escrita en su totalidad en presente, ya que está protagonizada por una china, y el mandarín no tiene tiempos verbales. Pero estos juegos no ocurren sólo en esa novela; también en ‘Más liviano que el aire’ o en mi próxima novela. Son juegos que trabajan en el interior de la lectura, directos hacia la significación. Creo que la lengua es el lugar más propio de la identidad, y si alguno le hace una travesura, alguno le cambia algo, eso genera algún tipo de conflicto interior en el lector. Y a eso aspiro; a joder, a molestar, a que el lector tenga alguna complicación. Además de que el lector se divierta.

 

¿Se podría tomar este libro como una relectura del cuento de Blancanieves sin maniqueísmos?

Me gustaría. De hecho lo es. Blancanieves estuvo en la idea principal del libro. Todos los cuentos son impresionantes; todo el mundo debería de leerlos en la adultez porque realmente han formado parte de nuestra educación y son tremendos. A mí me pasó que tuve la suerte de ser padre y en un momento dado se me ocurrió comprarle una serie de todos estos cuentos y leérsela cuando era muy pequeño. Casi todas las noches, él elegía una y las que más le habían gustado, las repetíamos. Entonces pasó una cosa muy simpática y graciosa; cuando él aprendió a leer, le empezó a quitar las últimas páginas a cada uno de sus cuentos. Cuando me percaté de lo que hacía le pregunté y me contestó que arrancaba las páginas porque eran tremendos, que quedaban mucho mejor sin las páginas finales.

‘Amores enanos’ está relacionado con Blancanieves, pero tiene un final totalmente diferente. Ese final yo lo pensé en función de que no hubiera ningún alto que pudiera besar a la princesa, que la pudiera salvar. Al final, lo que cada uno escribe es una construcción de un montón de historias personales que cada uno tiene en la cabeza, historias de lecturas…

 

En este sentido, de cómo ves la literatura, ¿crees que debería ser más arriesgada?

Yo apoyo una literatura que arriesgue. No me gusta mucho la novelística del SXX. Me parece que hizo mucho mal a la literatura. No se trata de que la gente no lea tanto porque hay artefactos más divertidos, sino porque la literatura se ideologizó en el mal sentido, los textos eran unívocos… Si yo leía un texto de Saramago no podía discutirlo con nadie ya que lo que pensaba, lo ponía en sus libros. Yo creo que la literatura es mucho más importante que eso; tengo una concepción de ella más cercana al arte que a la intelectualidad. Me gusta que los lectores puedan leer mis libros como cuadros; que cada uno vea lo que se anime a ver, lo que pueda, y lo que pueda construir. Claro que me gustaría una literatura más arriesgada.