Déjese querer por una loca, por Sergio del Molino
(Tomo prestado el título de una canción magnífica de La Costa Brava)
Si el otro día me explayé sobre un programa de libros que crea desafección cultural, hoy quiero escribir sobre una mujer que hace justo lo contrario que aquel espacio: demostrar que la literatura está viva y vibra.
Se presentó como un poco loca, y quizá lo estuviese, pero a mí los locos me parecen una compañía estupenda, siempre que su locura sea social y no homicida. Incluso cuando es homicida, si no intentan matarme a mí o matan a quien me parece a mí bien. Vino con una amiga hasta la Universidad Autónoma de Barcelona, donde yo daba un seminario a unos doctorandos de historia. Quizá no lo sepan, pero la Autónoma está lejísimos. Demasiado lejos, en cualquier caso, para ver a un escritorucho como yo en un seminario semiclandestino sobre memoria, literatura e historia. Aguantó casi toda la sesión y aun repitió por la tarde, ya en Barcelona, donde tenía un encuentro más mainstream en una librería. ¿Qué querrá esta mujer de mí?, me preguntaba. Porque no puedo interesar tanto. Ni a mi propia pareja le intereso tanto. Ella no se traga dos intervenciones mías en el mismo día.
El caso es que me pidió los datos de contacto, y yo, que siempre deseé ser secuestrado a lo Misery (porque Stephen King estaba sublimando una fantasía muy común en mi gremio: si una admiradora no te encierra en un dormitorio, sientes que has fracasado), se lo di. A los pocos días me escribió para decirme que coordinaba un grupo de lectores que organizaba cenas con escritores. Leían un libro del autor y hacían una sesión en plan club de lectura en un restaurante de Barcelona. Me dio referencias de otros escritores que habían sido invitados antes que yo, con sus fes de vida correspondientes, y una vez hube comprobado (con cierta decepción) que todos esos escritores seguían respirando y en paradero conocido, dije sí.
Fue una noche estupenda, la verdad, así que convencí a un par de autores más para que se dejaran invitar. No te matan ni nada, les decía, pero a pesar de eso está muy bien, casi es mejor salir vivo y bien cenado. El asunto ha ido creciendo, ahora montan los saraos en hoteles y organizan también charlas con autores que les gustan, de los que editan algún dosier y hacen divulgación de sus obras. Lo que empezó siendo un club de lectura muy informal lleva camino de convertirse en una especie de ateneo, todo espontáneo, sin ayuda de ningún ayuntamiento, diputación o fundación. No lo hacen para desgravarse nada ni para crear responsabilidad social corporativa ni para presumir de mecenas ni para acumular méritos en una carrera académica ni para colocar sus manuscritos en una editorial. Lo hacen porque les gusta y les divierte, que es la mejor razón para hacer cualquier cosa, pero también la menos habitual. Por eso no es extraño que Silvia Valls, pues así se llama la ideóloga de todo, se me presentara como una loca.
Nos saben mimar muy bien, porque saben que los escritores somos niños egocéntricos a los que hay que dar caprichos y prestar atención. Cuando presenté mi último libro en Barcelona, se presentaron con un regalo, una botella de whisky buenísima que me fui bebiendo a su salud. Por eso, creo que va siendo hora de que las editoriales les mimen a ellas. Este es un mensaje para los editores que merodean por aquí: tengan deferencias con grupos como el de Silvia Valls. Son el núcleo duro de los lectores, los que se gastan fortunas en librerías, los que ya no tienen paredes en sus casas para tanto libro. Creo que habría que tratarlas como lo que son, lectores VIP.