Aquí y ahora 27 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández
Lunes 16 de enero
Vas al juzgado por la mañana. Ha llegado el último documento que falta para tu novela. Estás nervioso. Ahí está todo. No sabes si vas a tener el valor de verlo. Comienzas los trámites. Es más lento de lo que habías imaginado. Hoy no podrá ser. Respiras aliviado.
Después, gimnasio. Te cansas antes de la cuenta.
Por la tarde, reunión de la junta de directiva de la Asociación de Críticos de Arte. No has sabido cómo decir que no y al final te ha tocado ser secretario. Otra losa más. Menos tiempo para escribir.
Ha muerto la madre de tu amiga Isabel y te acercas al tanatorio. Isabel es fuerte, pero son demasiados mazazos en un año. Aun así, resiste y anima a todo el que llega. En la cantina están los compañeros de promoción de la carrera. Parece un reencuentro. Lo has escrito en más de una ocasión: el tanatorio es el lugar de los vivos, el espacio donde los que quedan afirman la vida, se abrazan, se tocan, se quieren.
Martes 17 de enero
Escribes el diario por la mañana. Después, sales hacia la barbería y se te para la moto en medio de la carretera. La mueves como puedes hasta una rotonda y desde allí llamas a la grúa. En el camino al taller, el conductor de la grúa te cuenta su vida: las motos que recoge, las noches de guardia, el divorcio con su mujer, la pensión que tiene que pasar a su hija. El mundo está lleno de buenos narradores. Algunos escriben.
Entierro de la madre de Isabel. Una de las nietas dice unas palabras al final de la misa y todos se derrumban. A la salida, notas el frío polar. Tomas un café caliente y escribes durante toda la tarde.
Miércoles 18 de enero
Nieva en Murcia. Hace más de 30 años de la última nevada. Lo recuerdas perfectamente. Jugaste con tu amigo. Os resbalasteis en la explanada sobre la que ahora escribes. Es todo extraño. Con el café en la mano, miras nevar por la ventana y escribes sobre aquella infancia. Por un momento, el pasado se vuelve a abrir. Tienes la sensación de vivir en una grieta del tiempo.
No sales de la casa en todo el día. Migas, vino y siesta. Esta semana engordas. No te importa demasiado.
Corriges el inicio de la novela. Ahora trabajas a dos velocidades. Corrección desde el principio. Y avance poco a poco de la parte que aún te falta por escribir.
Jueves 19 de enero
Llueve y hace frío. Murcia parece Ithaca. En la universidad, burocracia y papeleos. Después, con Alejandro, reunión sobre el Centro de Estudios Visuales. Más trabajo que aleja de lo que verdaderamente quieres hacer, escribir.
Concierto de James Rhodes en el Teatro Romea. El público está entregado. No es un gran concertista, pero conecta con la audiencia. Además, ha sabido conectar con la gente más joven. No cabe un moderno más para escuchar a Chopin, Bach y Beethoven. Eso es un mérito. Después, firma de libros. Instrumental te gustó. Lo pasaste mal en la lectura. Pero una idea te conquistó: la capacidad de la música para salvarnos de lo terrible.
Viernes 20 de enero
Escribes por la mañana. Apenas una página, pero las ideas que aparecen en un párrafo hacen que la semana haya tenido sentido. Escribir mucho es a veces lograr dar cuerpo en un párrafo a una idea, una posibilidad. Y esa posibilidad hoy ha llegado.
Aperitivo con Marta, Salva, Kutxa y Puri. Hacéis la ruta habitual. Te fotografías con el camarero de Luis del Rosario. Los tres vermuts granizados que te tomas allí se te suben rápido a la cabeza. Después, unos gin-tonics en El Taller, donde os dejan pinchar hasta que la camarera descubre que en realidad no sois djs y casi rompéis la mesa de mezclas. Estás sin título para tu novela y Puri sugiere uno. En ese momento crees que al fin lo has encontrado. La tormenta de arena.
Llegáis algo pasados a la clausura de la exposición de Eduardo Balanza. Te encaprichas de una de las obras y afortunadamente no logras cerrar la negociación. No habrías sabido dónde ponerla en tu casa.
Saludas a alguien con cariño y después te enteras de que lo que para ti ha sido una muestra de afecto se ha entendido como un gesto machista, una señal de afirmación de poder masculino. Como si fueses un desconocido y jamás os hubieseis saludado. No das crédito. Desde luego, eres tú el que se ha confundido: una persona que considerabas cercana parece ser en el fondo una desconocida que requiere distancia. Una desconocida que considera que un leve toque en la espalda para decir hola es una muestra de dominación heteropatriarcal. La susceptibilidad a veces se nos va de las manos. En cualquier caso, por ti no va a quedar. Espacio infinito. Noli me tangere. Ni con un palo.
Después de la exposición, te das varios picos con Salva y, como siempre que bebes más de la cuenta, cambias de género y no cesas de decir que estás borracha. Una conducta muy machista es la que llevas tú esta noche.
Sábado 21 de enero
Resaca monumental. Te cuesta recuperarte y sólo lo haces poco a poco, conforme avanza el día.
A lo lejos, llegan los ecos del discurso de Trump. El mundo se viene abajo. Creías que iba a ser menos nefasto, pero en cuanto lo piensas un poco te das cuenta de ese tipo es una bomba de relojería. Signo de los tiempos, por otra parte. Norteamérica no está tan lejos. Aviso de incendio. Vivimos, una vez más, en el instante de peligro.
Recoges a Raquel en Murcia. De regreso a casa te cuenta el viaje a Dublín. Los profesores de instituto que se atreven a viajar con alumnos son héroes. Los padres no pueden imaginarlo. De hecho, ni lo agradecen.
Veis el último capítulo de Sherlock. Suena a final. A buen final.
Domingo 22 de enero
Despiertas descansado y te encierras a escribir. Hoy sientes fluir la escritura. Estás ante uno de los capítulos centrales de la novela, uno de los más importantes. Percibes que has encontrado precisamente lo que buscabas. Tienes que levantarte de la silla cada dos por tres porque estás desbordado. Vienen las ideas, recuerdas el pasado, tienes una especie de Stendhal inverso. La idea de tocar el pasado, de llegar al lugar que querías, pero de encontrarte ahí con lo más terrible. Se te acelera el corazón. Notas una especie de taquicardia. Tomas aire y continúas. Sientes la escritura físicamente. Se te erizan los pelos de la nuca, te duele el estómago, se te retuerce el alma. Esto era lo que buscabas. Terminas de madrugada. No puedes dormir.