Precoz de Ariana Harwicz: guerra y barro en las entrañas del incesto, una entrevista de Queralt Castillo
Por Queralt Castillo
Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) no escribe, vomita. Vomita palabras manipuladas, violadas, forzadas. Modela el lenguaje y lo somete a su voluntad, retorciéndolo en un continuo que no parece tener fin. Así es su última novela, Precoz, (Rata), que cierra una trilogía en la que Harwicz no ha dejado de evolucionar. Precoz retrata sin tapujos la animalidad descarnada de la raza humana y desmonta la configuración familiar normativa. Una madre, un hijo, un país extranjero, la guerra, unos viñedos, hospitales. Elementos externos que nutren esa relación enfermiza de incesto, de precipicio. Harwicz juega con la radicalización del lenguaje para crear un vértigo donde la espacialidad desaparece. Maternidad, erotismos y guerra se diluyen a ritmo cardíaco en una novela que no deja indiferente. Las imágenes se suceden de manera tan veloz que cuando te das cuenta, has dejado de respirar. Ya no soportas tu cuerpo, desechado y desechable, te has vuelto como esos personajes a punto de caer: frágil y enfermizo.
Precoz es un libro agónico. Manipulas el lenguaje, las palabras, la puntuación a tu antojo para conseguir un discurso que no se detiene. Una prosa rápida y abrupta. Es un libro que explota, como lo hiciesen las bombas en Hiroshima y Nagasaki, levantando esa increíble nube de tóxicos. ¿Es buscada, esa sensación?
Estoy de acuerdo con la descripción que haces. Precoz es aceleración, barro, Hiroshima. Lo cierto es que yo no podría escribir sin deformar la lengua y reinventarla. No digo que lo logre, pero es lo que intento. Para mí, escribir es descomponer. No me importan tanto los personajes sino su caracterización a través de un lenguaje explotado y vulnerado. Me interesa experimentar con el lenguaje, por eso escribo. Gozo escribiendo epifanías y encuentros.
Tu novela no tiene capítulos, es un monólogo interior, un continuo que no deja respirar. Es, en gran parte, el logro de la novela.
Precoz no se detiene porque sus personajes no se pueden detener, están narcotizados, bajo los efectos de una desesperación que no les da tregua, por eso ellos tampoco se paran. Organizar la novela en capítulos hubiera resultado artificial.
«Para mí, escribir es descomponer. No me importan tanto los personajes sino su caracterización a través de un lenguaje explotado y vulnerado. Me interesa experimentar con el lenguaje, por eso escribo»
Eres argentina, de familia judía y vives en las afueras de París. Dices que para escribir necesitas sentirte “el otro”, la otredad que te proporciona ser inmigrante en otro país. Escribías hace poco “cuando vives en el extranjero, la propia lengua se vuelve extranjera, se crea una lengua”. ¿Has probado en escribir en una lengua que no sea la tuya, para aún sentirte más ajena a ti misma?
Hay muchísimos autores que han sabido traspasar esa barrera del lenguaje, es cierto. En mis primeras tres novelas, Matate, La débil mental y Precoz, que funcionan como una trilogía, no quise escribir en francés deliberadamente, aunque la música del francés está ahí, se siente y se interpone. No quise escribir en francés porque como inmigrante, tengo una identidad trastocada desde que estoy en Francia. No quería usar la lengua del otro, como un acto político, se podría decir. Quería usar mi propia lengua, la lengua castellana. Ahora, después de estas tres novelas, sí me interesa incorporar el francés de manera directa, de hecho ya lo estoy haciendo en la que va a ser mi próxima novela, Racista. El personaje principal de esta nueva novela es un hombre francés, y el contexto es el de los atentados yihadistas que han sacudido Francia en los últimos tiempos. Se trata de un libro más político, a pesar de que yo considero todas mis novelas bastante políticas. Se trata de una novela donde se habla de la inmigración y el conflicto en las fronteras, siempre sometido a lo sentimental. En este contexto, sí me interesa usar el francés, porque la discusión que planteo es muy francesa. Me interesa en esta nueva novela mezclar las lenguas y la lógica semántica.
En tus tres primera novelas pones a tus personajes al borde del precipicio, los vulneras hasta tal punto que para el lector es difícil sentir complicidad con ellos. Son personajes, en algunos casos rotos y patéticos a la misma vez, porque nunca llegan a caer del todo. Expones y explotas a tus personajes. ¿Hasta qué punto te asomas tú al precipicio, como escritora? ¿Tiene tu literatura rasgos de la autoficción?
La autoficción es un género más arriesgado, es una acción performática del yo, pero este no es mi procedimiento, para nada. Yo tengo una voluntad clara de esconderme detrás del lenguaje. Mis novelas no son biográficas, no por lo menos lo anecdotario, en el deseo sí. Yo me siento muy empática con mis personajes, su estado mental, su perturbación, su desesperación, su hambre, su animalismo, pero siempre estoy escondida detrás del lenguaje.
“Escribir es bajar al océano y volver con los ojos ensangrentados”, comentabas en otra entrevista. El otro día, Erika Irusta decía que ella no sabe escribir si no es a través del cuerpo físico, el cuerpo sangrante femenino. ¿Desde dónde escribes tú?
No, yo no escribo así. Mis personajes sí son carnales, crudos y tienen muchas necesidades fisiológicas, sexuales, son más físicos. Yo no. Mis personajes están esclavizados al cuerpo, pero yo no me identifico con eso. Yo escribo a través de la pulsión, pero no a través del cuerpo.