Osos en bicicleta de Camilo de Ory, por Javier Divisa
Osos en bicicleta (Camilo de Ory)
Boîte en carton Ediciones
Ilustración y diseño de portada: Cristóbal Fortúnez.
De cierta misantropía y privación verbal en la taberna (aunque su cabeza menee ideas y agite verborragias intrínsecas, algo que siempre parece sucederle al escritor en sus inquietantes silencios), pasa Camilo de Ory a la exuberancia novelística en Osos en Bicicleta, renunciando a esa modernidad llamada laconismo o laboratorio experimental de papeles con cosas (afterpop). Abracemos pues el Siglo de Oro. He aquí este hermoso vasallaje a la sátira y el ensayo metafísico.
La novela tiene una gran focalización de originalidad de la idea (atrayente), unas pretensiones ambiciosas (como todo artefacto de casi 400 páginas que consiga desplegar literatura en todo el trayecto) y una factura más que notable. Quizá sea su mejor novela (sobre todo teniendo en cuenta que es la única que he leído).
Un número elevado de páginas de Osos en Bicicleta son brillantes y de vez en cuando aparece alguna menos fulgurante que la precedente; quizá ahí encontramos la heroína, la pura adicción de la novelas que han tenido resplandor en alguna parte del viaje, en la caída de la página presente y el recuerdo del talento, de la comedia perspicaz de los minutos previos. Osos en Bicicleta es embaucadora. Quieres saber quién le partirá las piernas al enano, qué hijo de puta se aprovechará de la bondad de Titán. O no. Qué asesinato será el siguiente. Qué depararán los amores efímeros, la vida en el campo, la videncia, el circo, las fieras, los payasos. Dicho esto, no hay una premeditación del lector (no es libro de parón y dar nuevas oportunidades). Es un libro, de recorrido, de itinerario, en cierta manera, de reconocimiento. Literatura en estado puro.
Todos y cada uno de los miembros de una compañía circense, grande o pequeña, son tan infelices como se supone que lo es el payaso que llora al desmaquillarse con una borla de algodón mojada en agua de azahar en su camerino: los domadores, los trapecistas, la mujer barbuda, el funambulista que jamás mira hacia abajo, el locuaz maestro de ceremonias, el mago que extrae aturdidos conejos de negras chisteras sin fondo y los osos que se ven forzados por la coyuntura y por el látigo a pasear su circular desconcierto y su desgracia ante los ojos del público, ávido de dolor y ajena humillación, a lomos de una frágil e ingenua bicicleta que harían mejor en utilizar para huir tan lejos como les lleven sus pies de plantígrado y su tan entrenado equilibrio. El hombre de circo sufre, y lo hace porque está rodeado de otros como él, fulanos cuya compañía es tan poco grata como lo pueda ser la de un león hambriento o la de un gladiador furioso que blandiera un tridente oxidado en una mano y una red llena de nudos en la otra.
He arrastrado, es cierto, una existencia triste, pero no tanto como para resultar irresistiblemente cómica o conmovedoramente trágica.
Por tanto, se decide Camilo de Ory por la tradición en detrimento de la vanguardia. De hecho esta novela es retaguardia. Estrecha los afectos a Quevedo, le dice au revoir a la Fundación Paulo Coelho y a los follagatos, y hace el amor en roulettes de circo, come platos combinados, reivindica la literatura de quiosco (por tanto, policías y ladrones), tiene bondadosos gigantes y maléficos enanos, y en líneas generales divierte en mitad de la prosa de sake con sashimi. Posiblemente Osos en Bicicleta sea una novela de patatas con costillas, y quizá de manera ecuánime, sorprendentes el tubérculo y la carne.
Cuando las hormonas, que corrían por mis venas y arterias como por las de un acongojado náufrago que no hubiera conocido hembra en cinco años y se encontrara esposado ante una escultural juez de la horca, me permitieron apartar la vista de su detectivesco y bamboleante culo, le eché una ojeada a la tarjeta que me había dado. Según constaba en ésta, se llamaba Lola y era, en efecto, para mi desgracia, Inspectora Jefe del glorioso Cuerpo Nacional de Policía.
Osos en Bicicleta es una reivindicación de la novela picaresca, y la sátira anticlerical y descarnada de las ínfulas de la burguesía y el sentido de honra de manera genérica (a todo universo gremial) con tinturas de amores efímeros, hardboiled y literatura pulp (reclamante de la encuadernación rústica, la historieta y la novela negra) y también, una forma de explicar el universo, una carretera con dos sendas elementales, pero magistralmente desarrolladas: el circo y la supervivencia.
Dónde quedará mi reputación, mi crédito tabernario, si narrara admiración y excelencia. Pasan raudas las horas: la novela está muy bien.