Nuestro papel, por Juan Bautista Durán
Es común que al final de los correos electrónicos administrativos u oficiales se advierta a quien los recibe de que, si no es de absoluta necesidad, evite su impresión en papel. Sorprende por tanto que en el correo promocional de una imprenta española aparezca el mensaje contrario, impeliendo al receptor a sacar copia del texto. «Estará bien si usted decide imprimir este e-mail», dice, con la siguiente argumentación: «La industria del papel planta más que cosecha y en la actualidad hay un 25% más de árboles en el mundo que en 1990. El papel es biodegradable, renovable y sostenible. El cultivo y la tala de árboles proporciona puestos de trabajo, y las plantaciones forestales proporcionan aire limpio, agua limpia, hábitat para la fauna y almacenamiento de carbono. El 60% del papel se recicla hoy en comparación con el 18% de los dispositivos electrónicos. Rompamos el mito de no usar papel.»
Sin duda, una declaración de intenciones que bien merece ser atendida, en este siglo, el XXI, que parece el primero de una nueva era. Una época de desmitificación. Y no es poca la responsabilidad que se echa encima del ciudadano medio al exigirle constantes cambios. Buena parte de lo que usted hacía ayer está mal hoy, nosotros le indicaremos la senda que debe seguir. Evite las iglesia, vaya a los museos (gratuitos los domingos para el buen feligrés); no fume, apúntese a un gimnasio; olvídese de los alquileres, endéudese; desconfíe del prójimo, no sabe cuáles pueden ser sus intenciones; no la tome contra quien lo amenace, esto puede jugar en su contra; no vaya al bar para hablar y conocer a gente, ábrase una cuenta en una red social; deje de usar sus viejos mapas, el móvil le llevará a donde usted desee. Todo esto lo aconsejan los expertos, gente que se caracteriza por decir una cosa de puertas para fuera y otra de puertas para dentro, en función del negocio. Basta con ver cuál es el gremio que más fuma, si no: el de la medicina.
Otro cambio que se pretendió en los últimos años fue la implantación del libro electrónico en detrimento del clásico en papel, es decir, poner punto final a la era
Gutenberg. Hubo unas Navidades en que la gente compró en masa los nuevos dispositivos digitales, ejerciendo su triste papel de ganado, fenómeno que por otra parte se quedó ahí. Las ventas de los libros en papel siguen siendo muy superiores a las del libro electrónico, si bien insuficientes. No es fácil crear lectores, y menos en una sociedad donde el abanico de elementos a los que uno puede dedicar el tiempo libre es tan grande. En las casas modernas ya ni siquiera se piensa en un espacio para la biblioteca familiar, y en cambio nadie pierde ripio respecto a la ubicación de la tele (los últimos formatos imitan un cuadro colgado en la pared, la ilustración sin fin), el router, el ordenador y demás cachivaches, y todo esto, si es posible, por dos: dos teles, dos routers, dos ordenadores, dos tabletas, dos móviles inteligentes, etcétera.
No es fácil convivir con tanta inteligencia, y menos teniendo en cuenta que estos aparatos, para funcionar, consumen energía. El papel no; el papel, una vez impreso, es transportable y no necesita cargarse ni conectarse ni sufre interrupciones. Además, es mejor para la vista y la comprensión lectora; y como destaca el correo electrónico de la imprenta, el reciclaje le da una segunda vida. Otra cosa es que haya que imprimir un correo electrónico una vez leído y entendido. Si de algo nos libera la informática es de acumular documentos banales. Agiliza también las gestiones, reduce las distancias y, del mismo modo que el papel, genera puestos de trabajo. Su mayor handicap está nada menos que en el medioambiente. A diferencia de la imagen impoluta que los fabricantes se ocupan de ofrecer, la industria informática precisa de una cantidad muy elevada de un bien tan escaso como el agua y genera un gran volumen de residuos tóxicos.
Según el estudio del profesor en Ingeniería Informática Alejandro Castán Salinas, para producir un solo ordenador de mesa se calcula en 1.500 los litros de agua potable requerida y en 7 millones al día los que consume una planta fabricante de chips. Esto al margen de las sustancias tóxicas que se requieren en el proceso de fabricación, tales como metales pesados, arsénico, benceno o silicio, buena parte de los cuales generan residuos, y más preocupante aún, los efectos que la basura electrónica conlleva en el medioambiente. «Pasan a los seres vivos —asegura el profesor— a través de la cadena alimentaria y, como no los podemos metabolizar, se acumulan en los tejidos y son una causa de cáncer.» El reciclaje de estos materiales es todavía muy limitado y a los grandes fabricantes les sale más a cuenta mandarlo a vertederos del tercer mundo que ocuparse de darles una segunda vida.
No es cuestión de fiarse de los bucólicos fondos de pantalla de los ordenadores, en absoluto, aunque a estas alturas tampoco vamos a prescindir de ellos, de los aparatos electrónicos, esto es, sino que más bien se trata de luchar por una producción más limpia y justa, y de evitar también el constante cambio por el cambio, el borrón y cuenta nueva al que esta sociedad juvenil y sabihonda nos conduce.