Francia contra Francia, por Sergio del Molino

No voy a hacer una reseña, no voy a hacer una reseña, no voy a hacer una reseña. Me lo repito tres veces para convencerme, porque quien me conoce sabe de mi reticencia hacia el género reseñil. Yo comento libros, a menudo como excusa para hablar de otras cosas, pero no los critico. Es decir, no los analizo ni los evalúo a la luz de una teoría literaria con la pretensión de formar el gusto ajeno. Pero… Ay. Es que no me puedo reprimir, al menos en parte. El lector repelente que se retuerce en mi interior me dice que les advierta de que La séptima función del lenguaje, de Laurent Binet, se presenta como un falso artefacto narrativo que en realidad es una complaciente novela comercial con todas las estrategias de un bestseller y está construida en parte con uno de los ardides más facilones de este tipo de libros: el relleno enciclopédico. El narrador incluye kilos de páginas de información y contexto que no sólo le ayudan a dar la sensación de que avanza, sino de que el lector aprende algo. Sobre semiología, en este caso. Pero no aprende nada que no pueda cotejar por sí mismo en Wikipedia. En ese sentido, la lectura se resiente. El lector familiarizado con los conceptos básicos de la semiología (y cualquiera que haya pasado cerca de una facultad de humanidades o se haya tomado algo en la cafetería de una tiene nociones sobradas sobre el signo, Ferdinand de Saussure, Barthes, Jackobson y Eco) encontrará tediosos y prescindibles esos pasajes, y el que no lo esté, también, por razones contrarias. Es importante tener esto claro para no llevarse a engaño y no pensar que el libro busca otra cosa que no sea entretener y divertir, que no es poco, pero no funciona como crítica cultural, y podría darse ese malentendido, ya que la parodia puede leerse como tal crítica, aunque no siempre lo es.

Dicho lo cual, me lo he pasado muy bien con este libro, montado como una novela policiaca que es una mera excusa para burlarse de los grandes intelectuales franceses del siglo XX. Y eso hace del texto algo no sólo sano y liberador (como lo son casi todas las carcajadas), sino valiente, ya que algunos de los nombres caricaturizados están vivos y forman parte de la muy influyente élite francesa, como Bernard-Henri Lévy, una élite muy pagada de sí misma que sólo se ríe de los chistes cuando los hacen sus miembros.

Es lo mejor del libro, donde un policía de derechas, veterano de Argelia y ex torturador, se alía con un joven profesor de letras para investigar la extraña muerte de Roland Barthes, que supuestamente murió atropellado en 1980. La guerra fría y la posesión de una supuesta arma secreta descubierta por los semiólogos (la séptima función del lenguaje) completan una novela que no necesitaba tanta armazón para resaltar la parodia que está en el centro de las intenciones literarias de Binet.

Hay un continuo name-dropping. Sartre, Althuser (se narra cómo estranguló a su mujer), Foucault (recibiendo felaciones de chicos árabes en saunas), Umberto Eco (al que se le orina un hippie encima), Mitterand e incluso Antonioni y otras figuras de la cultura francesa y europea van desfilando como guiñoles en un teatro de títeres de cachiporra. Todos caricaturizados, ridículos, insoportables. Cualquiera que haya crecido a la sombra de estos santos intelectuales, venerados en universidades y periódicos de todo el mundo, sentirá ese placer culpable que todos sentimos cuando nos burlamos en secreto de las cosas de nuestros padres. Hay algo edípico en este asesinato intelectual, ese rencorcillo que a cualquier escritor francés nacido a finales del siglo XX (Binet es de 1972) le tiene que provocar reflujo gástrico. Qué liberador es el gamberrismo, qué bien sienta echar unas risas a costa de lo solemne y sagrado.

Es una lástima que Binet prefiera armar una novela policíaca antes que despedazar la presa que ha mordido, porque se queda en el chiste. Un chiste muy divertido, pero chiste al fin, y creo que apenas muerde la piel, sin llegar al músculo ni a los tendones. Podría haber seguido por el cuestionamiento del papel del intelectual, por su inutilidad y por los efectos devastadores que tiene cuando se alía con el poder. Todos estos temas están insinuados, pero les falta superar la broma inicial. Superar la comedia para devenir tragicomedia.

No obstante, qué bien lo he pasado y cómo echo de menos libros así que se refieran a la tradición española. Los de Antonio Orejudo son una grata excepción, pero necesitamos más, porque una cultura viva necesita de la parodia y de la sátira. Lo que no es parodiado o satirizado no es importante o está muerto. Por eso el libro de Binet es, pese a lo dicho, muy relevante: porque no autopsia a un cadáver, sino que disecciona en vivo. La sátira siempre trabaja sobre cuerpos vivos.

 

Fotografía: ActuaLitté (Todos los Creative Commons)