Lecturas de invierno para el verano, por Sergio del Molino

Nunca entendí el concepto de lecturas ligeras para el verano. Tampoco lo de la comida ligera: hasta bien mayor exigía a mi madre que, por mi cumpleaños, preparase mi plato favorito, un cocido. Que mi cumpleaños cayera en agosto no me importaba. Sudad, malditos, decía a mis seres queridos, que es mi cumpleaños y tenéis que hacer lo que os ordeno. Con el tiempo he cambiado el cocido por un gazpachito y algo de sushi y mis veranos han mejorado mucho, ya no tengo la sensación de muerte inminente que me asaltaba después del segundo plato de garbanzos, pero sigo sin comprender la necesidad de que las lecturas sean frescas y ligeras. Suelo recomendar justo lo contrario: aprovecha las vacaciones para meterte un buen cassoulet de Proust, dos cuencos de borsch de Tolstoi o una fuente de sauercraut de Thomas Mann. Son autores que requieren tiempo y atención, es justo entregarnos a ellos en vacaciones.

Creo que hay gente que no lo hace por la misma razón que no se quita la parte de arriba del bikini en la playa: les da vergüenza que les vean el intelecto desnudo. Por eso compran en el aeropuerto una novelita de vampiros, de nazis o de templarios (o de todo ello junto), para que los veraneantes playeros no piensen que son gente rara u obscena. Tal y como está la paranoia ambiental, si te pillan leyendo a Nabokov en la playa, la policía municipal te obliga a guardarlo y a cambiarlo por uno de Paulo Coelho, para que no cunda la inquietud entre los bañistas.

Como los que nos dedicamos a las cosas de leer solemos ir bien servidos de lecturas banales y ligeras que hemos sufrido por obligación y porque hay que estar un poco al día de lo que se publica, aprovechamos las vacaciones para ponernos bien espesos. Este verano, al margen de cuatro títulos que se publicarán en la rentrée y que sus autores y editores han tenido a bien mandarme meses antes de su lanzamiento, he renunciado a la novedad y a lo liviano y me he metido en Nietzsche, de quien leí algunos clásicos a mis ariscos dieciocho años. Además de El nacimiento de la tragedia, me he empollado la maravillosa biografía intelectual que escribió Safranski (en Tusquets), y he vuelto a casa tarareando a Wagner y despreciando a la chusma democrática. También he regresado con varios títulos posibles para la novela que estoy escribiendo, que llevará una cita de Nietzsche al principio, y no tengo sensación alguna de empacho.

Me gustaría seguir así en el curso que empieza, pero tengo a un montón de mensajeros llamando a mi puerta con novedades de lectura urgente. Ya les iré contando qué tal están.

 

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