Aquí y ahora 4 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández
Lunes, 8 de agosto
Acaba tu estancia en el balneario. Ha sido tan sólo una semana, pero parece que haya pasado un mes. Incluso descansar cansa. Desayunáis temprano y de regreso a casa decidís visitar las ruinas de Belchite.
Mientras viajáis por las arcillas rojas de Cariñena, te viene a la cabeza Tierra, la película de Julio Medem rodada precisamente en esos infinitos campos de vino. Parece un paisaje marciano. Es, verdaderamente, La España vacía. El libro de Sergio del Molino te ha acompañado estos días y has ido saboreándolo poco a poco, aprendiendo acerca de los mitos, el trauma y los imaginarios colectivos de esa España pre-moderna que ha dibujado nuestra manera de entender lo que somos. Mientras lo leías no cesabas de pensar en el ensayo de Bruno Latour: Nunca fuimos modernos. Y es que, en realidad, nunca hemos podido a escapar del todo de los mitos, de los sueños, de las construcciones mentales anteriores a la modernidad.
Como sugiere Latour, el arte y la literatura son los grandes depositarios de ese mundo previo a la cientifización y racionalización del mundo. Sergio de Molino parece ser consciente de eso y arma su ensayo en torno a estas formas de cultura. El cine, la música, la literatura… ahí está la verdadera España vacía. Por eso su libro está a medio camino entre la antropología, la sociología, el libro de viaje, la crítica cultural y la crónica. Es la síntesis perfecta entre lo afectivo y lo social, entre el conocimiento y la experiencia. Una cartografía afectiva de un paisaje que, como acertadamente escribe, es sobre todo un estado mental.
Durante la lectura del libro, no dejas subrayar frases e ideas. Pero sólo logras comprenderlo del todo durante las dos horas de coche hacia Belchite, cruzando campos arcillosos y caminos rurales que desembocan en un pueblo en medio de la nada. Hace ya tiempo que querías llegar a ese lugar. Desde que escribiste tu ensayo sobre Benjamin y viste las fotos de Francesc Torres, ese pueblo destruido no se ha ido de tu cabeza.
Llegáis al mediodía y justo en ese momento comienza la visita guiada a las ruinas. Tras la batalla, Franco decidió dejarlo todo así como imagen de la guerra y la destrucción –la de un bando, claro–. Es desolador transitar esas calles deshabitadas y escuchar relatos de la barbarie. Muchos son los que han comentado la energía negativa que se percibe nada más cruzar el arco de acceso al pueblo. Iker Jiménez grabó un especial de Cuarto Milenio buscando voces y fantasmas en la noche. Tú no sientes nada de eso. El estupor viene de otro lugar. Ni siquiera esa España vacía, abandonada y ruinosa está a salvo de los Pokemons. Imaginas el mayor de los escalofríos al encontrar a Pikachu saltando sobre una fosa común.
Martes, 9 de agosto
Te levantas temprano para escribir. Durante la semana pasada te has aguantado las ganas, pero ahora no puedes reprimirlas. Pasas la mañana intentando entrar de nuevo en la novela. Aún no se trata de volver a coger el tono –todavía no lo has encontrado del todo esta vez–, sino de regresar a poner la mente en modo novela y que todo lo que te hagas a partir de este momento esté supeditado a la escritura. Se trata de escribir incluso cuando no escribes. Se trata de volver a entender todo lo que te rodea como un mundo de signos y señales que te encaminan hacia lo que quieres escribir.
Por la noche, con Jorge y Leo, ves la Supercopa de Europa en el Parlamento. Marca el Madrid en el último minuto y lo celebráis como si hubiera ganado la Champions. En El perro azul una chica te saluda y te dice que si la recuerdas. Por supuesto, dices, aunque no tienes claro quién es. Es que me he teñido, dice. Sólo cuando te despides crees saber quién es. Tu amor platónico del instituto. Quizá. Pasaste noches sin dormir, escribiste canciones y poemas. Y, ahora, veinte años después, ni siquiera recuerdas su rostro. Piensas en todo esto más tarde, en la barra de Revólver, con un whisky en la mano mientras hablas con Leo. Son las cuatro. La juventud es ya un país lejano.
Miércoles, 10 de agosto
Te levantas sin demasiada resaca y escribes desde temprano. Párrafos e ideas sueltas. Sigues sin tener una estructura y aún hay muchas cosas que ni siquiera has pensado cómo hacer. Están ahí, esperando para ser resueltas, pero su momento aún no ha llegado. A diferencia de lo que has escrito anteriormente, con esta novela todo son pequeñas pinceladas. La imagen total llegará más adelante. Está en tu cabeza, pero dista mucho de ser clara y definida.
Por la tarde, te pesas y has llegado a los 110 kilos. Demasiado. Una inercia peligrosa. Desde la balanza al gimnasio no tardas ni diez minutos. Vas tan rápido que se te olvidan los auriculares y, sin música, apenas aguantas media hora en la plataforma. No estás hecho para el ejercicio.
Después de cenar y ver un episodio de Borgen, te encierras en el despacho y comienzas a corregir el Diario de Ithaca, que publicará en los próximos meses la Fundación Newcastle. Mientras recorres las páginas que escribiste, vuelves a vivir los días de Cornell y las aventuras americanas. Te alegras de haber dejado constancia del pasado. Las fotos y la memoria son capaces de traer los recuerdos al presente. Pero son las palabras las que dan verdadero sentido a lo vivido.
Jueves, 11 de agosto
Temprano, escribes. Ya se ha establecido la rutina. Desayunas y te sientas frente al ordenador hasta la hora de comer. Por la tarde, vas al gimnasio de nuevo y te cansas rápidamente. Después, episodio de Borgen y lectura. Comienzas Contra la juventud, de Pablo D’Ors. Leíste El estreno hace ya un tiempo. Su cuento “El sobrino de Thomas de Bernhard” te influyó en todo lo que escribiste en tu juventud. Andanzas del impresor Zollinger te pareció una novela deliciosa. Luego le perdiste la pistea y te reenganchaste hace un año a su obra con Biografía del silencio. Sus libros están siempre llenos de ideas y sabiduría sobre la vida. Tienes la sensación de estar leyendo un clásico centroeuropeo.
Viernes, 12 de agosto
Pasas el día con Leo en Cullera, en casa de Marta y Javier, a quien hace ya tiempo que no veías. Tras varias cervezas, coméis un arroz en un restaurante frente al mar y, entre otras cosas, habláis de vuestras novelas en curso. Es curioso que estéis trabajando en algo tan semejante. Te mueres de ganas de leer lo que ha escrito.
Después de una siesta olímpica, veis el partido de Nadal mientras tomáis unos gin-tonics en casa y os contáis la vida de estos meses. Se suman Alberto y Marta y cenáis en el peor chiringuito del mundo. Al menos os divertís. Imagináis una caravana de escritores de provincias y un premio literario en un hotel de playa.
Acabáis la noche en garito de playa del que ya todos se han ido. En casa, antes de dormir, decidís terminar la botella de ginebra y gastáis los datos de tu móvil viendo vídeos de Youtube y escuchando listas de Spotify. A las cinco y media, el sueño te vence.
Sábado, 13 de agosto
Milagrosamente, no te duele la cabeza. Os levantáis no demasiado tarde y regresáis en coche a Murcia. De camino, vuelves a hablar con Leo sobre tu novela. Ni siquiera con resaca puedes dejar de pensar en ella. Estás lleno de dudas. Hablar y recibir consejos te hace bien.
Por la noche, acabas de leer Contra la juventud. Una novela de formación en toda regla. El aprendizaje del fracaso y la virtud del recuerdo. Te cercioras de lo que pensabas de Pablo D’Ors. Un escritor de verdad.
Domingo, 14 de agosto
Te levantas con mal cuerpo después de una noche de pesadillas. De nuevo, los hermanos han vuelto a tus sueños. Desde que comenzaste a escribir esta novela, no puedes escapar de ellos. No escribas eso, ha dicho ella esta noche; no es necesario. Al levantarte, sin embargo, escribes el sueño y lo incorporas a la novela.
Pasas el día pegado al ordenador, escribiendo y pensando. Esta vez no disfrutas con la escritura. Llegas a la conclusión que escribes para sacarte algo de encima. Quisieras acabar cuanto antes. Soltar la historia y no volver a ella jamás. Sin embargo, sabes que aún te queda bastante. Tendrás que convivir con ese infierno. También eso es la literatura. Caminar con el diablo. El tiempo que haga falta.