Aquí y ahora 3 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández
Lunes 1 de agosto
Salís temprano hacia Alhama de Aragón. Vais a pasar una semana en un balneario. Esas van a ser vuestras vacaciones. Siete días en albornoz, entre aguas termales, parafangos y masajes. Has viajado demasiado este año y necesitas descanso de verdad. Sin aviones, sin estrés, sin preocuparte siquiera por dónde comer. Siete días sin hacer absolutamente nada. Silencio, agua templada y lectura.
Llegáis a las cinco y media de la tarde después de seis horas de viaje. El hotel en el que os hospedáis ha sido reformado pero aún conserva la estructura original del siglo XIX, los grandes salones, las lámparas, el suelo, el antiguo piano…, es como viajar en el tiempo. Todo tiene un punto decadente que te resulta inspirador y melancólico. Y no puedes evitar imaginarte como el personaje de alguna novela centroeuropea de principios de siglo. Un Hans Castorp en los Alpes suizos, filosofando sobre el sentido de la vida mientras el mundo entero se viene abajo.
Antes del tratamiento, tenéis consulta con el médico del balneario. Os atiende un señor mayor con acento alemán muy marcado y rápidamente comenzáis a especular. Es un médico nazi que hace experimentos con los viejecitos del balneario, dice Raquel. Por eso se ha alegrado al ver que veníais de lejos. “Murrrsia, ajá, qué lejosss. ¿Tienen ussstedes familia allí?” Ya estáis en una película.
Sacáis los bañadores de la maleta y antes de cenar os dais un baño en el lago termal. En el fondo, ésa es la principal razón por la que venís. Podríais ir a cualquier otro balneario. Pero este lago termal os enamora. Sobre todo a ti. Es el único lugar del mundo en el que te gusta bañarte. Te agobian las olas del mar y no resistes la arena de la playa. Tampoco disfrutas en las piscinas. Pero por alguna razón en este lago te sientes a gusto. Es la soledad, la tranquilidad de las aguas, la sensación de que todo se fluye y se frena al mismo tiempo. No sabes nadar, pero puedes flotar. Eso es lo único que sabes hacer en el agua. El muerto. De espaldas. Boca arriba. Como un trozo de madera. Una cosa inerte. Por unos minutos. Nada más que eso.
Martes 2 de agosto
La rutina te sienta bien. Desayuno, baños calientes, masajes, lectura, comida, siesta, lago termal, vermú, cena, lectura, dormir. Todo se repite. Es un bucle en el que no tienes que tomar ni una decisión. Tan sólo elegir el próximo libro para leer.
Comienzas hoy con Las llanuras, de Gerald Murnane, y lo lees de un tirón. Hace un tiempo, cuando estuviste a punto de ser editor, llegaste a negociar los derechos de este escritor australiano. Es un autor sofisticado, intelectual y elegante. La síntesis perfecta entre Proust, Vila-Matas y Sebald. Y por fin alguien se ha atrevido a traducirlo. Agradeces la valentía de la editorial Minúscula. Y confías que en el futuro alguien se atreva con Barley Patch o con A History of Books.
En la habitación no funciona la conexión wifi y el móvil tampoco tiene demasiada cobertura. Sólo en las zonas comunes la conexión es aceptable. Y es allí donde se reúnen algunos huéspedes del hotel. Al salir del restaurante siempre te encuentras la escena. Todos en el salón común, hipnotizados por la pantalla. Aunque no es eso lo que te sorprende. Lo curioso es la edad. No son los jóvenes, sino los ancianos los que están enganchados al móvil. Las pocas parejas jóvenes que hay en el balneario leen libros y hablan entre sí. Seguramente han llegado allí a desconectar. Los mayores, sin embargo, no sueltan el móvil un momento. Se mandan vídeos por Whatsapp, comparan tonos de llamada y se hacen selfies continuamente para enviárselos a los nietos. Ellos son los auténticos abducidos por la tecnología. Después de una vida desconectados, ahora les toca vivir en red.
Miércoles 3 de agosto
En el balneario no hay cuerpos perfectos. Quizá también por eso te gusta venir aquí, para rodearte de cuerpos reales. No hay músculos, no hay abdominales, nadie se mira al espejo. Y tú te reconoces en el cuerpo imperfecto de los otros.
Por la tarde, mientras estás tumbado en una cama térmica y piensas en que tampoco aquí hay tatuajes, sonríes al ver pasar a un señor mayor con el tatuaje de la Champions en el hombro. La Décima. La excepción confirma la regla.
En las pausas entre baño y baño, lees El ruido del tiempo y caes rendido ante la prosa de Julian Barnes y la historia de Shostakovich bajo el régimen de Stalin. Subrayas algunas frases sobre la cobardía y los modos en que el arte se pliega ante el poder. Acabas la lectura con una mezcla de tristeza y compasión. A partir de ahora no volverás a escuchar la música de Shostakovich del mismo modo.
Jueves 4 de agosto
En los masajes no acabas de relajarte del todo. Quieres disfrutar tanto de la sensación de abandono que al final te estresas porque crees que no te estás abandonando lo suficiente. Te pasa lo mismo con todos los tratamientos relajantes. Hay algo dentro que se resiste a soltarse y mantiene la tensión en todo momento. Sólo en el lago te logras relajar totalmente , flotando con los ojos cerrados.
Allí, mientras tomas el sol, lees de una sentada Padres, hijos y primates. Has tardado en llegar a Jon Bilbao, pero más vale tarde que nunca. Es una novelita perfecta. La profundidad psicológica del protagonista te seduce. Sabes lo difícil que es hacer eso y mantener la tensión, incluso en una novela corta. Ya tienes a alguien más al que seguir.
Viernes 5 de agosto
Te despiertas sobresaltado a las cinco de la mañana. Una pesadilla. La historia de la que te has olvidado en el balneario –la novela que estás escribiendo– ha irrumpido en medio de la noche. Tu amigo de la infancia resucitaba y te agarraba por el cuello. Te has levantado a por el iPad y has comenzado a escribir durante una hora. Te habías prometido no escribir nada durante estas minivacaciones. Pero la historia llega cuando uno menos se lo espera y a veces no es posible resistirse a ella. Aunque aparezca en sueños. Es curioso, nunca has utilizado los sueños en tus novelas. Sin embargo este sueño es demasiado real, demasiado significativo para dejarlo pasar.
A lo largo del día el mal cuerpo y la sensación no extraña no se va del todo. Ni siquiera en el lago.
Por la noche, después de ver un episodio de Borgen, comienzas a leer a Elena Ferrante. La amiga estupenda, el primer volumen de su saga familiar. Comprendes rápidamente por qué todo el mundo habla de esta escritora. Sin embargo, no llegas a conectar con la historia y la abandonas. Te ha ocurrido eso en varias ocasiones. Ser consciente de que te encuentras ante una gran novela y, sin embargo, darte cuenta de que no está escrita para ti. Al menos no para ti en este momento.
Sábado 6 de agosto
Continuas la desconexión y tu cuerpo ya se acostumbra a estar todo el día en bañador y albornoz. Te va a resultar difícil volver a ponerte el pantalón largo.
Empiezas a leer Croatoan, la última novela de José Carlos Somoza, y ya no la puedes soltar un momento. Es un thriller de ciencia ficción en toda regla. Somoza es una de tus pasiones secretas. Un escritor de bestsellers de calidad que conoce como nadie el oficio. Además, hay algo en sus novelas que difícilmente encuentras en otros lugares: una capacidad para crear imágenes inquietantes que ya no se van nunca de la cabeza. Mientras lees Croatoan eres consciente del potencial de literatura frente al cine. La historia del fin de la raza humana parece una película. Sin embargo, las imágenes mentales que crea su prosa están un paso por delante de lo que una imagen real podría proporcionar. Hay algo sin forma, amorfo, imposible de situar en un espacio real, que sería muy difícil poder filmar. Es, por supuesto, la fuerza de la imaginación. El poder de la literatura frente a cualquier otra cosa.
Domingo 7 de agosto
Todo se acaba. Último día en el balneario. Al final no habéis ido a ningún lado. Estabais cerca del Monasterio de Piedra, también cerca de Santa María de las Huertas. Podríais haber hecho algo de turismo rural. Pero habéis preferido no hacer nada. Sois unos Bartlebys de balneario.
Te gustaría retener esta calma. Llevártela contigo. Lo vas a intentar. Aunque sabes que va a ser difícil. Mañana regresáis a Murcia. Y allí te espera la realidad. Pero sobre todo te espera la escritura. Y en el fondo tienes ganas. Necesitas sentarte frente al ordenador. Ahí es donde todo cobra sentido. Ahí es donde las aguas, esas que te han rodeado estos días, vuelven a su cauce.