Aquí y ahora 2 (Diario de escritura), por Miguel Ángel Hernández
Lunes 25
Despiertas acatarrado. Demasiado aire acondicionado. Demasiado sudar y congelarte. Con dolor de cabeza y garganta, te sientas ante el ordenador y comienzas a escribir desde bien temprano. Esta novela es diferente a todo lo que has escrito. Ya no hay artistas ni genios atormentados. Ya no hay lugares distantes y mundos ocultos. Sólo un crimen real. Y una historia cercana. Nada que ver con las historias que supuestamente sabes escribir. Estás ante un abismo. Incluso en el modo de escritura. No hay una planificación, no hay una estructura. Al menos no de momento. Y sólo escribes fragmentos, ideas, escenas que ya ensamblarás más adelante. Siempre has escrito con mapa. Ahora escribes con brújula. La historia la conoces. Está en tu cabeza. Pero el modo de transitar por ella aún no se ha mostrado. Simplemente deambulas, esbozas imágenes, recuerdos y posibilidades.
Agradeces que por fin haya aparecido la aplicación de Scrivener para el móvil y el iPad. Utilizas este programa para escribir desde hace unos años. Con él has escrito tus novelas y has planificado tus ensayos. Y, ahora, tenerlo en móvil te lo hace todo más fácil. Es como llevar el cuaderno en la palma de la mano. Lees cualquier cosa, te viene una idea a la cabeza y la sitúas directamente en la novela. Todo sincronizado en todo momento.
Es como si estuvieras siempre delante de la pantalla. O como si el documento se expandiera a todos los lugares de tu cotidianidad. Es como estar siempre escribiendo, incluso cuando no escribes.
Por la tarde, acabas de leer A sangre fría. Te sorprende que el autor no aparezca en ningún momento de la novela –al menos no de modo evidente–. Piensas en la diferencia con la ficción posmoderna, en la que el escritor no se esconde. Capote inaugura la no-ficción, es cierto, pero se trata de un intento de reconstrucción de totalidad; el autor aún es todopoderoso; aún cree en una verdad total, más allá de la subjetividad. Lo extraño es que Capote intercedió en los hechos, los afectó. Por supuesto, escribir siempre cambia la realidad. El autor nunca se puede quitar de en medio. Pero en el caso de Capote mucho menos. El autor modifica y altera la realidad –sin él, por ejemplo, la sentencia de muerte se habría aplicado mucho antes–. Sin embargo aquí es una transparencia.
Tu novela dejará mucho más claro al autor desde el principio. Quizá demasiado. En ese sentido, lo que quieres hacer se parece mucho más a lo que escribe Emmanuel Carrère, de quien llevas un mes leyéndolo todo. El autor no puede esconderse. La vida propia afecta al modo en que percibimos el mundo. Una novela rusa es tu modelo. Y también tu libro preferido de lo que llevas de verano. Obsceno, en los límites de la ética, problemático, perturbador… pura literatura.
Martes 26
Sigue el catarro. En un descanso de escritura, lees un artículo de Mario Vargas Llosa sobre el arte contemporáneo. Es tan zafio e ingenuo que te da pereza escribir cualquier cosa. El mismo argumento que utilizan tus alumnos de primero de carrera para arremeter contra el arte contemporáneo: la supuesta “conspiración” de unos cuantos para engañar al mundo entero. Es curioso cómo los extremos se tocan.
Miércoles 27 de julio
La garganta te está matando y apenas has podido dormir. Aun así, decides por fin ir al archivo a consultar la prensa del crimen sobre el que escribes. Llevas posponiéndolo varios meses porque sabes que te va a doler. Y el dolor tendrá que ser pospuesto algún tiempo más. Porque, al llegar, el archivo está en obras. Cerrado hasta nueva orden. Más tensión narrativa. Le haces una foto al cartel de la puerta y piensas que a veces la vida imita a la literatura
Después, reunión con doctorandos y gestiones para dar por cerrado el curso académico. Ya no volverás a la Universidad hasta después del verano.
Por la tarde, compras pantalones y camisas. Has engordado diez kilos en los últimos meses. Ya no te cabe nada de lo que tienes. Y sabes que eso es contraproducente. Porque la incomodidad de ir con la ropa pequeña al menos te hace pensar que tienes que adelgazar. Pero en las dos tallas más te encuentras cómodo. Demasiado cómodo.
En casa sigues leyendo no-ficción. Le toca el turno Noche de los enamorados, de Félix Romeo. Es una novelita deliciosa. Lo último que escribió antes de morir. Un crimen pasional. La posibilidad de la literatura para hacer justicia y recordar el pasado. Algo así es también lo que pretendes. Aunque de momento no tengas demasiado claro cómo hacerlo.
Tienes la cabeza llena de imágenes desagradables. Muertes, cuerpos desangrados, violencia sin sentido. Entre eso, las toses, la fiebre y el calor, duermes mal y tienes pesadillas.
Jueves 28 de julio
El dolor de garganta ya es insoportable y decides ir al médico. No has ido en más de quince años. Siempre te has automedicado. Ibuprofeno y antibióticos. Solución para todo. Pero Raquel te convence y acabas yendo. Prohibido el ibuprofeno para el dolor de garganta, dice el médico. Eso es lo que te ha producido toda la irritación. Va a tardar en curarse.
De camino a casa, recibes por mail el artículo que andabas buscando. La historia de la que escribes. Lo lees con detenimiento y sientes cómo se te eriza la nuca. Tu padre aparece en una de las fotos. También se te ve a ti de espaldas. A tu yo de hace veinte años.
Escribes tus reacciones nada más llegar a casa. No importa el sudor y la fiebre. No importa nada ahora. Nada más que esa historia en la que ya no puedes dejar de pensar.
Al acabar, te sientes aliviado y piensas que necesitas dejar pasar unos días. Podías seguir escribiendo, pero decides parar. Por alguna razón, sientes que debes digerirlo todo antes de volver a sentarte al ordenador. Y es lo que haces. Vas a pasar una semana fuera de casa. Quizá es el tiempo justo para asumirlo todo y volver con fuerzas. Ya no escribirás nada hasta la vuelta de vacaciones.
Relativamente liberado, te sumerges entonces en la lectura. Miras la estantería de libros pendientes y comienzas uno por uno. Primero, las novelas cortas. Las que puedes leer casi de un tirón. Devoras de una sentada Los huéspedes, de Pedro Pujante, un delirio vilamatasiano de ciencia ficción y Homoconejo, de Alfonso García Villalba, un delirio psicodélico y esquizoide. Lees todo hasta altas horas de la madrugada y se te mezclan las historias. De nuevo, la congestión no te deja dormir y sueñas que eres un conejo clonado que ha sido invitado a un congreso de literatura secreta.
Viernes 29
Algo mejor del catarro, vas a la barbería para adecentarte un poco antes de las vacaciones. Después, compras varios libros para llevar de todo a la semana que vas a estar de retiro en el balneario y comes con Marta, que celebra su santo antes de viajar a Japón.
Por la tarde, te sumerges de nuevo en las lecturas y descubres la prosa de Vicente Valero. Te enamoras de Las transiciones, un libro sutil, delicado y preciso. Mientras lo lees se frena el tiempo.
Comienzas a ver Borgen. Te habían hablado muy bien de la serie, pero no encontrabas el momento de ponerte a verla. Te engancha desde el principio. Aunque el parecido con lo que sucede en la política española es casi siniestro. Le vas a dar una oportunidad –a la serie; a la política ya le has dado demasiadas–.
Antes de irte a la cama, comienzas a leer Proyecto K., el libro de Paco Gómez. Te duermes cerca de las tres con el libro en las manos. Su anterior libro, Los Modlin, es una novela imprescidible. Sientes que tienes mucho que ver con esta escritura creada a partir de las imágenes.
Sábado 30
Por la mañana, almuerzas con tus hermanos en el Yeguas. Con el alcohol, el resfriado se olvida. Pero va creciendo conforme avanza el día. Coméis en casa de la madre de Raquel y ya en el postre dices que tienes que ir a la farmacia a por lo que sea. Apenas puedes respirar. Sólo al final de la noche se te pasan los estornudos y el malestar. Veis dos capítulos de Borgen y os dormís con el ventilador a los pies de la cama.
Domingo 31
Acaba el mes. El resfriado también comienza a irse. Vas a pasar una semana en un balneario sin hacer nada. Serán tus verdaderas vacaciones. Redes cerradas, albornoz todo el día, baños curativos, parafangos y alguna cerveza que otra. Y libros. Muchos libros.
Hoy hace un año que hacías las maletas para viajar a Ithaca. Estabas nervioso, ansioso, cargado de responsabilidades. Era un salto al vacío. Un curso académico que ha pasado en suspiro. Ahora ya no hay nervios. Las aventuras están en el recuerdo. Todo ha sucedido ya. Tienes la sensación de que el futuro es mucho más sencillo. Con tranquilidad, preparas la maleta, planificas la ruta, escoges las lecturas para la semana y escribes este diario. Una semana de desconexión. Una pausa mínima. Un intento de poner freno al paso acelerado del tiempo.