Para el que se lo trabaja, por Sergio del Molino
La idea no es mía, pero es tan buena que merece ser robada. Se le ocurrió al ingenioso hidalgo murciano Miguel Ángel Hernández Navarro, y a él se le deben los royalties.
Hablábamos un día de estas colecciones tipo Reader’s Digest de explicar figuras y temas muy complejos en pocas y asequibles palabras. Lo que en inglés se llama libros para dummies y que aquí traduciríamos, si no fuésemos tan mojigatos, como libros para tonticos. Miguel Ángel propuso la colección inversa. Libros divulgativos que no hagan fácil el acercamiento al asunto en cuestión, sino que lo retuerzan más. Se llamarían libros para el que se lo trabaja. Nietzsche para el que se lo trabaja. Marx para el que se lo trabaja. La música atonal para el que se lo trabaja. Einstein para el que se lo trabaja. Los volúmenes de esta colección estarían escritos con un oscurantismo y una conciencia de la complejidad iguales o superiores a los conceptos explicados, hasta el punto de que no lleguen ni siguiera a explicarlos.
El propósito sería sencillo: que quien quiera saber algo de Nietzsche, que lea a Nietzsche. Con el miedo que tendrían a nuestros libros para el que se lo trabaja, cogerán Ecce Homo y El Anticristo como bálsamos, casi como entretenimientos, y los entenderán como se entiende una telenovela a la hora de la siesta.
He recordado esto porque esta semana he impartido un taller breve en Madrid y, al preparármelo, pensé empezar con unas reflexiones sobre Nietzsche. El divulgador que llevo dentro me preguntó que dónde iba, loco de mí, que si quería espantar a la concurrencia en los primeros cinco segundos, como una estampida de ñúes ante la llegada de un jaguar con cara de filósofo bigotudo. Pero otra parte me decía: qué demonios. Hay nombres que imponen y que llevan a la burla. Figuras que parecen el Yahvé de los judíos, innombrables, porque están manchadas de una idea de impenetrabilidad y de densidad sólo apta para muy listos y aburridos que es muy injusta. Nietzsche no necesita versión para dummies porque es un escritor que se empeñó en explicarse muy a fondo. No habla de cosas fáciles ni cómodas, claro, pero basta leerlo para comprenderlo.
No es cierto que hayamos roto las barreras entre la cultura de ceja alta y baja. Sólo lo hemos hecho con la segunda, acabando con el estigma que condenaba al cómic, al cine, a la música pop, al periodismo y a un montón de manifestaciones de la cultura popular al cajón de la no cultura. Sin embargo, no hemos hecho lo mismo con lo que antes se llamaba alta cultura. Somos incapaces de incorporarla a nuestras vidas y discursos con normalidad, sin pedir disculpas o burlarnos o quitarle importancia. Damos la razón a los que resoplan y dicen que eso es para listos y no hacemos nada por demostrar que detrás de esos nombres que suenan como sagrados hay humor, emociones, diversión y descubrimientos fascinantes para cualquier persona con un poco de curiosidad.
Por eso hace falta esa colección. Libros para el que se los trabaja.