Diccionario castellano-academiqués, por Sergio del Molino

Tengo una amiga que defendió hace un año su tesis y me pidió consejo para encontrar un editor, pero la desanimaba mucho el trabajo que tenía que hacer: reescribirla de arriba abajo para hacerla legible. Estaba escrita en academiqués, ese idioma que se habla en los departamentos de humanidades y en las revistas académicas cuyas publicaciones suelen contar al peso para conseguir plaza en una universidad. El academiqués es una lengua ilegible, oscurantista y litúrgica, como el hebreo bíblico que se lee en las sinagogas y que sólo los rabinos más sabios saben pronunciar. Para sacar adelante su tesis, mi amiga tuvo que renunciar a los principios de claridad, orden y lógica gramatical. Escribir en diez líneas lo que normalmente expondría en una, utilizar neologismos y locuciones adverbiales donde emplearía una sola palabra de uso común y tirar de polisilábicos, cuanto más innecesarios, mejor. Un ejemplo de academiqués se lee a diario en el metro: donde la gente diría que el tren va a entrar en la estación, el traductor de academiqués escribe que va a efectuar su entrada, y donde un plebeyo nos recomendaría que tuviésemos cuidado con el escalón, el academiqués dice: “Al salir, tengan cuidado de no introducir el pie entre coche y andén” (aviso que llevamos interiorizado, porque si tenemos que escucharlo y traducirlo al español, para cuando nos damos cuenta de qué quieren decirnos, ya hemos introducido el pie entre coche y andén y hemos perdido tres dientes y el tabique nasal).

Así que mi amiga no sabe qué hacer. Le costó tantísimo escribir las mil páginas en academiqués que no sabe ni por dónde empezar a traducirlas al castellano del siglo XXI para que alguien pueda leerlas. Y eso porque tiene prurito y aspira a ser leída por alguien: por lo que me cuentan algunos editores de ensayo, la mayoría de los autores que proceden de la academia no se molestan en traducir del academiqués ni el título, pues lo consideran una cesión al sensacionalismo. Ellos son serios, no redactores del Hola, no necesitan un título sexy. Lo extraño es que muchos se preguntan por qué no les publican en sellos comerciales y tienen que resignarse a la colección del CSIC, a la editora regional o a las socorridas prensas universitarias.

De todos los males que sufre el libro español, la escritura académica es uno de los menos comentados, pero quizá de los más dañinos y quizá una de las razones por las que no hay en este país una tradición ensayística tan rica y poderosa como la de Gran Bretaña, Francia o Italia. No hemos tenido a un erudito capaz de hipnotizarnos y divertirnos con su erudición, como Umberto Eco; ni un polemista ilustrado y popular al tiempo, como Michel Onfray; ni un divulgador ameno y con buen sentido narrativo, como Bill Bryson. Ejemplos hay de buenos ensayistas, pero son excepciones, francotiradores solitarios que disparan contra una tradición y no son avanzadilla de ella.

Hace poco me pusieron a debatir en la radio con un académico experto en varios de los temas que trato en mi último ensayo. El hombre empezó su intervención lamentando que, hace unos años, intentó publicar un ensayo como el mío, pero ninguna editorial comercial lo aceptó. Luego, al leer mi libro, se dio cuenta de que, efectivamente, yo era mucho más comercial. Como soy educado y trabajo en la radio y sé que los minutos son demasiado escasos para gastarlos discutiendo, lo dejé estar, pero me hubiera gustado decirle fuera de antena que no es que mi libro sea más comercial (adjetivo insultante en muchos contextos culturales usado para denigrar a un autor o una obra), sino que estaba escrito en castellano con el deseo de que el lector lo entendiera. Yo había leído algunos trabajos del académico y me imaginaba perfectamente las razones de los editores para rechazar su trabajo.

Es un mal generalizado que se puede solucionar con mucha facilidad: escriban en su idioma materno, abandonen esa jerigonza del academiqués. A algunos les costará, porque se abrazan al academiqués como los indis poperos españoles componían sus letras en inglés: porque si las traducen al español, nos daremos cuenta de que son muy malas y no dicen nada. Hay trabajos académicos que, en buen castellano, no pasan la prueba de Pero Grullo. Pero seguro que hay muchos otros que ganarían. Ganaríamos todos, porque este país necesita debate intelectual de altura y una buena tradición ensayística. Escriban en castellano. No teman: a veces, ser entendido a la primera es muy agradable.

 

Fotografía: Todos los Creative Commons (Javier de la Cueva)