El show de Gary de Nell Leyshon, una lectura de Javier Divisa
El show de Gary es un libro que se presta con cierto avance prelectura a calificarlo de mediocre, como esas novelas que se llaman Café y pastas, Ácido Úrico, La gala de Pepín Jiménez o Yo. Pero no es mal libro, de hecho dispone de una excelente factura y deshecha el sopor, aunque el título adolezca de hijoputez y empaque (v.g. Tirano Banderas). Por qué esa indolencia. ¿Acaso este libro no podría ser Cocaína, maltrato, madre borracha, cerveza, risas, cárcel, sangre, follar en camastros y futuro?
El primer arrebato de la novela es muy divertido (y miserable).
Es de cuero rojo, de buena calidad (cuanto más caro el exterior, mejor el contenido). Abro el cierre, levanto la solapa. Tiene dos compartimentos. En uno hay un monedero. Lo saco y abro la cremallera. Cojo los billetes doblados y me lo guardo todo en el bolsillo. Las monedas las dejo. En el otro compartimento hay un neceser de maquillaje pequeño. Dentro: espejo, peine, pintalabios, lápiz de ojos. Y debajo una bolsa de plástico. Lleva un nudo, lo deshago. Dentro: polvo blanco. Meto el dedo, me froto las encías. Noto el chute. Saco un poco, lo desmenuzo encima de la cisterna del váter con una de las tarjetas de crédito, enrollo un billete de diez y esnifo, por un agujero, por el otro. La noto correr por mi sangre y tengo que alargar el brazo para apoyarme en la pared del lavabo.
A continuación incide en el germen de la novela. La causa del mangante. Veamos pues (esta es la historia de mi vida). Hay una cosa que te quiero decir.
La gente cambia. Cambia continuamente. Todos cambiamos. Pero no hablo de cambios en el trabajo que tengamos, la familia que tengamos, o donde vivamos. Los cambios de los que yo hablo son mucho más profundos. Van hasta el tuétano. Porque el caso es que tú mismo estás cambiando ahora, mientras lees esto. Yo estoy cambiando mientras lees esto. Cada célula de tu cuerpo morirá y crecerá de nuevo. Cada célula será reemplazada por otra célula que estará un poquito más cerca de la vieja de la guadaña.
La novela arranca con la vulnerabilidad de la infancia, absolutamente en consonancia con la flaqueza de papá y mamá. Bienvenue à la criminalité (y a la botella). Encontramos crónicas metropolitanas de robos, cocaína, cerveza y miserables, con más enigma que moralina, incluso con bastante ballet y teatro en el mágico universo del buscavidas. Muy agradecido, aunque no deja de ser narrativamente subterráneo que ser el puto Vaquilla de Londres tiene estragos y ruina (queda pues empolvado el discurso intensito). Y así Gary nos va hablando tanto de la vergüenza como de su personaje, con una resolución de honestidad novelística que viene a ser el estímulo de la expulsión del delito y la vida de mierda, para ver qué hay al final cuando has vomitado todo y apenas queda nada en esta novela condescendiente con el misterio. Leyshon confecciona admirablemente su voz, una resistencia honesta, íntima, y muchas veces (gran salvaguardia de la novela) sórdidamente divertida.
(Incidir en que Nell Leyshon está buena – sobre todo para ser inglesa -. Tener pelazo, los ojos azules, ser bonita y escritora no coñazo es sentir la caricia de la mano de Dios, y todo está sometido a una cota de excelencia en la evolución de los homínidos. Querido amigo, desmonta mitos, escribir, leer, tampoco es tan de feos y de infancias jodidas. Te estoy hablando de novela. La poesía ya es otra balada)
Gary confiesa, al estilo rey David y el pecado es el cáncer del mundo que no nació con una flor en el culo, que fue más malo que la hostia, y aunque con cierto arquetipo de forajido del folclore inglés medieval, ha robado a todo dios porque su viejo le zurraba y su madre se bebía una licorería y no estaban los asteroides para acabar en Cambridge University. Qué grandes, aquellos tiempos de pudor, castidad y abstemia.
Sobre estas materias a menudo tan veleidosas y disolutas se proyecta en cambio por un lado la bondad, y por otro un razonamiento sobresaliente, una suerte de supervivencia sin una agonía demasiado atroz, como si continuamente Gary desde la primera página estuviera condenado al confort y la lucidez, y a una casa con calefacción y agua caliente. La obstinación de contemplarse desde lo alto, con veracidad, sin compasión. Todo esto nos lleva a una especie de redención que no se desvela de la manera más hortera del universo, (tomando una copa de Rondel Oro y leyendo un poema elegíaco tu abuela) sino que se expande por la obra con una energía arrolladora en la dualidad narrativa-autora y la plena conexión con estos términos: fuerza y humor. Creo que lo has captado: no es una novela aburrida. Para nada. Ligera y divertida. Incluso se puede leer con niños y la tele puesta.
Fotografía: Editorial Sexto Piso