Carmen Pacheco Rodríguez (Linares, Jaén, 1951) tomó de su ciudad de nacimiento su nombre artístico. Con una carrera para la que reivindica el aprendizaje lento, «pasito a paso», Carmen Linares ha hecho historia con su cante en el flamenco, un arte al que se acercó, desde muy pequeña, de la mano de su padre y animada por él, escuchando su guitarra y la radio —«yo aprendí de Montoya, Marifé, Valderrama y Marchena»—.
En su entrevista, Carmen Linares va desvelando los misterios del duende o de la jondura —«depende del intérprete, si tiene jondura y si tiene verdad. Como decía Pepe de la Matrona: ‘El flamenco es la emoción de la tristeza y la emoción de la alegría’»—, sus inicios en la radio y sus inicios profesionales en Madrid, cuando ya había cumplido los 17 años. La ciudad que, dice Linares, fue la capital del flamenco; el trabajo estaba en los tablaos, como en Torre Bermejas o en el Café de Chinitas, en donde compartió escenario con Habichuela, Manzanita, el Indio Gitano, Tomás de Madrid, Carmen Mora y Enrique Morente. Y en Madrid estaba, también, Camarón, «con esa personalidad, esa media voz tan bonita. Todo lo que hacía sonaba a él».
Un artista tiene que escuchar diferentes metales y sonidos para crear su propia personalidad. Mairena, Caracol y Fosforito son maestros para mí.